— 51 —
PROA N° 4. Edición fàcsimilar | 55
TORRES V1LLARROEL
(1693-1770)
Quiero puntualizar la vida y la pluma de Torres Villarroel, her
mano de nosotros en Quevedo y en el amor de la metáfora.
Diego de Torres nació a fines del siglo diez y siete en una casa
breve del barrio de los libreros de Salamanca y creció en la proximi
dad—no en la intimidad—de los Jibros, pues éstos escasamente le
atrajeron. Fueron sus padres gente ingloriosamente honrada, de
larga y quieta arraigadura en el terruño salmantino. De chico fué
pendenciero y díscolo; repasó los latines obligatorios de entonces y a
los trece años pasó a la Universidad, de cuyo estudioso fastidio le
desvincularon después audaces travesuras, que eran linderas con ca
laveradas posibles. Volvió a su casa y aprovechó un atardecer para
escaparse de ella y de la medianía y encaminarse campo afuera, rum
bo al Oeste. Alcanzó tierra lusitana y sucesivamente fué en ella apren
diz de ermitaño, curandero, maestro de danzar, soldado y finalmente
desertor. Las persuasiones de la nostalgia lo devolvieron a su patria
y a la serenidad familiar. Se adentró luego en el estudio de los di
versos ramos de la alquimia, la mágica y la astronomía y dió a la
prensa alguna adivinación y almanaque. Obtuvo una cátedra que
dejó a los dos años de ejercerla y vagamundeó por la corte, padecien
do hambre duradera, hasta que un médico se compadeció de su esta
do y le franqueó su mesa y sus libros. Una dichosa coincidencia lo
acreditó de astrólogo y sus almanaques—rellenos de metáforas y de
coplas y acomodados igualmente, por su dejo burlesco, a la incredu-