Valle-Inclan aderezá muchas sutiles armazones donde colgar
los terciopelos desteñidos del ochocientos, hechos luminosos por
una lluvia de lentejuelas nuevas. Es el último gran maestro de una
Orden de Caballería literaria (pie aun se ciñe tizona y arrastra su
túnica de pomposo damasco: una túnica sonora, porque lleva pren
didas a los bordes las campanillas a u reas del antiguo pontífice. Su
prosa, lleva un festón rítmico, que convierte al gran maestro en el
último retórico musical, en el juglar de las princesas y pajes soña
dores, en el poeta de los esquemas místicos donde los manojos de te
mas sugieren la idea de ciertas capillas heterodoxas, para aturdir
a las almas sencillas.. .
Valle-Tnclán es cumbre en esas parcelas del arte donde se sue
len borrar linderos y las musas hermanas se ceden galantemente
sus atributos. Es este el prado de suave acceso a los transeuntes,
donde hrota el poema sinfónico descriptivo, la oda pictórica y la
tabla dramática. Se llega a confundir el pincel con la batuta, el ar
quitrabe con la partitura. Se duda si una prosa estará escrita sobre
papel pautado... El torbellino de la inquietud estética no precisa
ba bien los desfiladeros.
La orquestación de las “Sonatas” hace pensar en una agrupa
ción de filarmónicos ante quien la batuta del maestro traza sus
cruces ideales. Al urdir la trama sinfónica, no pensó el marqués
de Bradomín en hallar temas nuevos sino armonizaciónes nuevas,
trinos y fermâtes más limpios. Pero siempre quedan finales de
“sonata” que tienen la solemnidad retórica de un rotundo cal
derón
En él sólo tropezamos con hallazgos rítmicos, con hondas vi
braciones del metal, aunque a ratos saltan en la cuerda los dulces
ruiseñores. Parece que esas b u enas hadas del arte no le otorgaron
el don de la metáfora sino a condición de ponerla siempre en
música, con la intención—y la ventaja—de que la letra, como es
frecuente, pasase inadvertida.
O