PROA N° 5. Edición facsimilar | 9
Se atraparon a Valle-Inelón libretos poco originales. Bromas
de la vieja crítica, tan infantil. Pero en esas reiteraciones sólo
vemos nosotros cierta armonía de la obra con la calidad de resu
men del autor. Vallc-Inclán es un bello resumen del ochocientos.
Recogió de la pasada centuria todos los gestos... y todas las gestas
más bizarras, más próceres. Bradomín es el último linajudo de las
letras. Detrás de él, vienen ya los atildados turistas, los diplomá
ticos... Valores de nueva aristocracia con menos empaque, con
menos blasones, pero de sangre más rica y de kodak más nutrido.
El noble Bradomín fué un poco desdeñado por estos otros caballe
ros que prefieren la sangre roja.
Si, tal vez el “feo, católico y sentimental” marqués es de
masiado linajudo para esta hora de sencillez y de serenidad. Ni él
ni ningún otro marqués pueden ya asombrarnos ; nos cansa el ritmo
y la perversión. A la música se la lleva el viento y los sabrosos pe
cados fueron desliendo su sal en la charca del arroyo. Ya cualquier
tendero puede padecer neurosis.
Aun en los llamados “Esperpentos” no sufre Valle-Inclán
otra inquietud que la del ritmo. Sus frases son siempre de “sona
ta”, las repita un tabernero, un vulgar bohemio o un gobernador
civil de sus últimas escenas de considerable dramaturgo. El libreto
sigue pareciendo esclavo de la partitura. Van los personajes lan
zándose pelotas de goma lírica que rebotan en las calvas y en los
mármoles de esos picaros cafés del ochocientos, ya para siempre
sepultados con toda su vehemente retórica, con todo su espumoso
ideario de reconstrucción social.
Ya la política está muy lejos del arte y la música más separa
da de la letra. El poeta moderno pinta menos y ha roto la antigua
lira. Apenas quedan rascacielos retóricos de infinitos ladrillos de
estrofas, de pintados adobes de prosa.
De algún viejo Instituto de provincia, clausurado, debió salir
ese amable grupo de enjutos profesores que hoy van asomando la