No se trata, en los ejemplos transcritos, de prolongar las po
sibilidades rimbaudiana8 del color de las vocales, ni de aislar las
palabras como reóforos, sacando el chispazo de sus contrastes, ni
de ejercer una vigilancia patética sobre las limitaciones del len
guaje, como ha hecho Jean Paulhan en su primoroso librito “Jacob
Cow ou si les mots sont des signes”. Y pese a la apología de Bre
ton y al tono trascendental en que habla de estos inócuos juegos de
palabras, nos parece tal deporte uno de los ejercicios menos justifi
cados en que se esteriliza el espíritu postumo de la broma dadaista.
El superrealismo, en su expresión más seria, implica — como
he insinuado — un abandono absoluto del poeta a un estado de ins
piración casi religiosa. Y al hacer volar todos los puentes entre el
espíritu del poeta y la “bouche d’ombre’’. — como dijo Hugo —
dispensadora de poesía, aspira a una máxima, lúcida e inconsciente
pureza poética. Mas, lógicamente, — aunque acudir para las objec
iones a la invocación de la Lógica, es obvio en este caso, — el
hecho de cortar las amarres no sólo con la realidad sino hasta con
el puerto de la intelección normal, y de romper todo contacto con
la mente del lector, hace que queden suprimidas todas las escasas
posibilidades inteligibles que ofrecía esta modalidad poética, ya di
fícil de suyo. Tal ruptura, probablemente no importará gran oosa
a los poetas suprarrealistas, ya que Breton y sus amigos gustan de
repetir frecuentemente la frase de Lautréamont: “Il n’y a pas rien
d’incomprehensible”; aún ésta otra de Paul Valéry: “L’esprit hu
main me semble ainsi fait qu’il ne peu-être incoherent pour lui-
même”.
Otras objecciones nos suscita el superrealismo. Cierto que pue
de ser interesante despertar en nosotros esas oscuras fuerzas del
subconsciente, generadoras de poesía. Mas de ahí a convertir tal
posibilidad en un filón único, desdeñando los demás; del sincero