Full text: [2.a época], 2.1925=Nr. 6, Repr. 2012 (1925000600)

PROA N° 6. Edición facsimilar | 63 
impulso subconsciente — surgido con espontaneidad — a su abor 
to reglamentado y a su exploración sistemática y obsecada, va mu 
cha diferencia. Por ello, “el superrealismo puro es imposible”, ha 
dicho Martin du Gard a Breton. Y, a nuestro juicio, amanerado y 
estéril. El verdadero superrealismo sería el involuntario: El del 
artista que consigue la transfiguración de elementos reales y coti 
dianos, elevándolos a un plano distinto y en una atmósfera de pura 
realidad poética: así Jean Giraudoux. En cualquiera de sus nove 
las, desde “Provinciales’’ a “Juliette au pays des hommes”, hay 
acaso más bellezas suprarrealistas que en todas las páginas de los 
epígonos post-dadás. Lo que sólo puede tener belleza y justifica 
ción ofrecido en las mismas condiciones de libertad que se produce, 
al convertirse en sistema, elevarse a dogma y jerarquizarse en pre 
ceptos de escuela, se convierte en algo automático y pueril, en una 
receta, que se puede aprender de una vez para siempre y queda al 
alcance de todas las plumas — como ha hecho notar muy sensa 
tamente Ph. Soupault. 
Sin embargo, aún marcada nuestra disidencia, no adoptemos 
un gesto demasiado hostil hacia esa ruta de generosas exploraciones 
superrealistas que hoy se inician. Reconozcamos, con todo, que es 
te es un arte maravillosamente gratuito — gratuidad aún mayor 
que la que Gide reconoce en Proust — sin causa ni finalidad algu 
na, exento de intenciones complacientes, tan oscuro como fervoroso 
y que viene a engrosar esa legión de apasionadas tentativas hacia 
la conquista de la re-creación poética. Así, Louis Aragon en un in 
ciso de esa curiosa excursión peripatética, — que fluctúa entre dos 
riberas, la metafísica y la obscenidad, — en “Le paysan de París”, 
— escribe: “El vicio llamado Surrealisms es el empleo irregular 
y pasional de la estupefaciente imagen, o más bien de la provacación, 
sin albedrío, de la imágen por ella misma, y por todo lo que ésta 
lleva al dominio de la representación: perturbaciones imprevisibles 
y metamórf osis. Ya que toda imágen, a cada embate, conduce a una 
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