un moro halago sonoro ni una artimaña para ampliar el discurso,
sino un ahinco de universalidad y claridad. Dos acepciones hay en
las palabras de las lenguas romances : una, la consentida por el uso,
por los caprichos regionales, por los vaivenes del siglo ; otra, la eti¬
mológica, la absoluta, la que se acuerda con su original latino o
helénico. (Conste que el inglés, en cuanto a repertorio intelectual,
es romance). Los latinistas del siglo XVII se atuvieron a esta se¬
gunda y primordial acepción. Su actividad fué inversa de la que
ejercen hoy los académicos, a quienes atarea lo privativo del len¬
guaje: los refranes, los modismos, los idiotismos. Contra sus dicha¬
rachos castizos trazó la pluma de Quevedo, tres siglos ha, el docto¬
ral Cuento de Cuentos y la carta que lo precede. Quiero tambiéai
rememorar las razones que en lo atañedero a este asunto, dejó don
Diego de Saavedra Fajardo, en la estudiosa prefación de su Corona
Gótica: En el estilo procuro imitar a los Latinos que con brevedad
y con gala explicaron, sus conceptos, despreciando los vanos escrú¬
pulos de aquellos que afectando en la Lengua Castellana la pureza
y castidad de las vozes, la hazen flora y desaliñada.
Jorge Luis Borges.