PROA N° 7. Edición facsimilar | 17
Del Norte no viene nadie; del Sud tampoco.
Al Oeste no va nadie; al Este tampoco.
El cielo, cortado en cuatro, vuélvese aguachento,
avinado. Por el Norte aparece un tranvía, con su mayo¬
ral aún ensopado de sueño en su golilla mañanera. Aden¬
tro vienen cuatro pasajeros, macilentos en la luz índe-
cisa.
El tranvía para en cada esquina, esperando los dos
argentinos timbrazos que ordenan seguir! Por puntos su¬
cesivos la palanca de velocidad hace un mugido de pampe¬
ro aumentado, hasta que un brusco gesto la coloca en pun¬
to muerto. La inercia lleva al vehículo hasta la cuadra
próxima, donde lo sujeta el freno con crispante risita de
matraca.
Ha pasado el tranvía y sus ruedas, en la esquina lejana,
dan dos porrazos sobre el cruce de otra vía perpendicular.
Por el Oeste viene un atorrante documentándose en
los cajones de basura.
Como en esta mañana de inutilidad me siento herma¬
nado con el tipo en causa, lo saludo:
—¡Adiós, amigo!
—¡Adiós, amigo! — repito.
Igual silencio.
—¡Adiós, amigo!
Por fin el hombre responde sin mayor énfasis:
—Vaya a la m
El tiempo que echan mis meditaciones en deducir que
su respuesta es un anatema antisocial, lo ha llevado a un
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