PROA N° 7. Edición facsimilar | 53
La pobre silla bacilosa, continuaba heroicamente en pie. Pero
una noche, no pudo resistir el peso de un cuerpo, sintió flaquear sus
piernas y se desplomó lanzando un débil gemido. Al día siguiente
la enviaron al hospital; pero, no tuvo cura. Tenía la piel de ma¬
dera, agujereada. Como si hubiera padecido viruelas.
Triste destino el do esta silla obrera, más útil que cualquier
cachivache de museo.
Murió de enfermedad contagiosa y sus restos fueron arrojados
a la estufa.
Se consumió sin un reproche, arropando la estancia en tibieza de
nido.
El fuego, gran purificador, la convirtió en cenizas.
Enrique González Tuñán.
1925
-:49.-