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se lo puede preguntar sin sonreír. Entonces percibimos un tor¬ 
bellino, una especie de ruleta de Mónaco, urr pequeño mundo. Y 
en un charco de agua, malgrado nuestro tedio, nos confesamos 
que somos hechos a la imagen de ese mundo. Bien entendido que 
para acusar buscamos nombres: estamos obligados a nombrar lo 
que denunciamos : eres tú Europa, eres tú Literatura, eres tú 
Flor que los sabios llaman Belleza, eres tú, yo. Y así sucesiva¬ 
mente . 
He aquí fronteras, otros colores, he aquí los lagos, los peque¬ 
ños océanos, las montañas rusas, los árboles grises, he aquí los 
vientos, los humos, las carcajadas. Heos aquí, vosotros también, 
ironía con boca de sapo, con mirada de locomotora, i Quién osa¬ 
ría llamar a todo esto momento musical? ¡Oh, Tierra, tú giras, 
pero cruel, tú nos dejas girar! Somos tus esclavos, humildes, mi¬ 
serables, enamorados; no podemos separamos de ti. En verdad 
los perros son más dichosos que nosotros, puesto que se atreven 
a ladrar a la luna y dormir sin sueños. 
Tierra, cuando alguna locura nos aleja de ti, acuérdate de 
nuestra alegría palpitante cuando te invocamos y que, desde 
nuestros brazos, desde nuestros labios y desde nuestros corazo¬ 
nes gritamos perdidamente, más cobardes que monstruos mari¬ 
nos, mientras nuestra voz se toma suave para decir: ¡Tierra! 
1 Tierra !... 
Otros creen resolver la ecuación de su sexo y de su corazón 
leyendo en las líneas de sus manos. Pomo el más vulgar de los 
boxeadores, ellos se entrenan escribiendo versos translúcidos. Se 
venden en ciertas tiendas máquinas maravillosas que son más 
hábiles que esas cabezas pesadas. Abandonemos los rebaños de 
poeta. Ellos están vacunados. 
Yo conozco un hombre que representa encerrado en un ta¬ 
ller a creerse él mismo. Encuentra un niñito, un frágil niñito 
y se golpea el pecho de gozo. Que otros en vez de mí hagan su 
apología. Yo no tengo tiempo que perder. Las agujas giran con 
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