PROA N° 7. Edición facsimilar | 7
SIR THOMAS BROWNE
Toda hermosura es una fiesta y su intención es generosidad.
Los requiebros y cumplimientos fueron sin duda en su principio for¬
mas de gratitud y confesión del privilegio con que nos honra el es¬
pectáculo de una mujer hermosa. También los versos agradecen. Lau¬
dar en firmes y bien trabadas palabras ese alto río de follaje que
la primavera suelta en los viales o ese río de brisa que por los pa¬
tios de setiembre discurre, es reconocer una dádiva y retribuir con
devoción un cariño. Lamentadora gratitud con los trenos y espe¬
ranzada el madrigal, el salmo y la oda. Hasta la historia lo es, en
su primordial acepción de romancero de proezas magnánimas... Yo
he sentido regalo de belleza en la labor de Browne y quiero desqui¬
tarme, voceando glorias de su pluma.
Antes, he de narrar su vida. Fué hijo de un mercader de paños
y nació en Londres en 1605, en otoño. De la universidad de Oxford
obtuvo su licenciatura en 1629 y pasó a estudiar medicina al Sur
de Francia, a Italia y a Flandes : a Montpellier, a Padua y a Lei¬
den. Sabemos que en Montpellier discutió largamente de la inmor¬
talidad del alma con un su amigo, teólogo, “hombre de prendas sin¬
gulares, pero tan atascado en ese punto por tres renglones de Séne¬
ca, que todas nuestras triacas, sacadas de la Escritura y la filosofía,
no bastaron a preservarlo de la ponzoña de su error”. También re¬
lata que, pese a su anglicanismo, lloró una vez ante una procesión
“mientras mis compañeros, enceguecidos de oposición y prejuicio,
cayeron en excesos de sorna y de risotadas”. Toda su vida fué im¬
paciente de las minucias y prolijidades del dogma, pero no dudó
nunca en lo esencial: en la aseidad de Dios, en la divinidad del
espíritu, en la contrariedad de vicio y virtud. Según su propio di-
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