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PROA N° 3. Edición facsimilar | 29
los ritos sagrados. Las ceremonias adquirieron una gran amplitud;
habían sermones, misas cantadas, te-déum, etc. Hasta que una tarde
los sorprendió un policiano; dándose todos a la fuga incluso Isidro
que corría revestido para el ceremonial. K1 transcurso de los años
en vez de apaciguar en Isidro la morbosa manía de remedar las ce
remonias religiosas, le llevó, muy al contrario, a cometer actos de tal
gravedad que conmovieron la opinión de toda la República y exaspe
raron la indignación de la grey católica. Hombre ya y viviendo en
las sierras, adoptó como vestimenta cotidiana el hábito de San Fran
cisco y sentia gran satisfacción en que lo tomaran por sacerdote.
Hasta que una vez se estableció en una estancia cercana al Rosario
de la Frontera, donde, con permiso del propietario, instituyó unas mi
siones catequistas. Allí hizo el sacerdote de veras. Bautizó, confesó,
dió comunión; dijo misas, sermones, novenas y casó. Pero, un día,
se insinuó en el estanciero una inquietante desconfianza respecto de
la legitimidad de los hábitos que Isidro vestía, al verle titubear antes
de ir a un rancho vecino del que vinieran a llamarlo para que diera
la extramaunción a un moribundo. El estanciero de acuerdo con el
comisario, resolvió el asunto en forma radical tomando preso a Isi
dro que sin ninguna atribución administraba los sacramentos en nom
bre de Dios. El falso sacerdote fue enviado a la ciudad de Salta {jara
que se le juzgara como reo de un delito común, el de ejercer indebi
damente una profesión. El obispo de la diócesis de Tucumán, espíritu
sutil y bondadoso, intercedió en favor del enjuiciado, aduciendo que
ningún código podía castigarlo por actos que no iban en contra del
derecho de gentes. Había que considerar decía el Obispo en el sesudo
memorial que de su puño y letra enviara al señor Gobernador, había
que considerar, decía, que el acusado no ha cometido un delito contra
los hombres sino contra Dios y que no ha obtenido provecho personal
de ninguna especie ; y, anadia muy elocuentemente, Su Señoría Ilus-
trísima que ello no había causado ningún daño material y que aque
llas personas a quienes Isidro Tolaba había administrado los sacra
mentos, la hicieron guiados por la fe que el mismo enjuiciado desper-