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tara. El señor Obispo se extendía en consideraciones muy atinadas
respecto de la importancia del sacerdocio; j>ero aceptaba, al mismo
tiempo, que los sacramentos valían por sí mismos no por quien los
administrara, citando en ese sentido, casos concluyentes de muy bue
nos cristianos que necesitando los auxilios de la religión habían acu
dido a seglares para que hicieran de ministro de Dios. Y si bien re
prochaba vivamente la actitud de Isidro no podía considerar como
nulo lo que este hombre había hecho en nombre de la Divina Pro
videncia .
Tales eran los espíritus apasionados y temerosos en medio de los
cuales creciera el débil Tristan. El contemplaba esas desmedidas
muestras de fe sin comprender la esencia de ese temor voluptuoso que
en las almas incultas produce la religión. Los padres le enseñaban los
preceptos de creencia ; pero, más pudieron en su conciencia las expli
caciones alegóricas y tumultuosas de Isidro y Virginia. Para éstos,
que no conocían las Decretales ni habían leído los sermones de Bos
suet, la religión era un gran poema alegórico que se prestaba a las
más fantásticas interpretaciones. Ellos eran los descendientes direc
tos de los primeros católicos que comprendían el mundo por medio
de lo misterioso, y de aquellos humildes pescadores que seguían a Je
sús y que con su resistencia pasiva destruyeron los cimientos dd Im
perio Romano. Más tarde, cuando Tristan cursara el Nacional, su
razonamiento, basado en el agnosticismo, se rebelaría contra las in
terpretaciones de la religión.
Pabí.o ROJAS PAZ.