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LA FLOR DE LOS. AMORES
Echóse a reír, agregando: |
Bien es verdad que entonces los administradores
estaríamos de más. |
El se lo decía todo.
Mientras seguía rebuscando, continuó: |
—Pues sí: tu señor tío, que por lo visto no tiene en
cuenta tus años, me hizo principalmente el encargo de
vigilárte. Yo le contesté que sí, que descuidara; pero
decidido a no complacerle. ¡Aviado estaría! De modo que
le escribiré, de acuerdo contigo, lo que tú quieras. ¿Qué
deseas que le diga, que eres un buen chico? Pues se lo
diré. ¡Qué demonio! Así como así, no le engañaré; porque
bueno, de sobra sé que lo eres. Por cierto que el mismo
don Rufino me habló de ciertos amoríos... Vé con cuidado,
hijo, porque andan por el mundo algunas lagartonas muy
largas que sólo buscan casarse, y tú eres un buen partido.
Diviértete lo que quieras, porque para eso eres joven;
pero mira bien dónde te metes, no sea 1 que te veas cogido
en una trampa. pe
- Dióse cuenta de que con su charla el joven no había
| podido decir aún esta boca es mía, y dijo:
—Pero yo me estoy aquí habla que hablarás, sin pen-
“sar que tú acaso tengas algo que decirme.
—En efecto, —asintió Fernando. |
—Si lo sospeché en cuanto te vi entrar por esa puerta.
Si me hubieses dicho que venías sólo por el gusto de
—'saludarme, no te habría creído. La gente joven no acos-
- tumbra a perder el tiempo visitando a los viejos; sólo se
acuerda de ellos cuando los necesita. Yo no me ofendo,