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CAPITULO IX
ARA
UNA PROMESA CONSOLADORA
El marqués de Malfi, aúmque habla
quedado en parte satisfecho con las pa-
labras del doctor, no se atrevía, sin em-
bargo, a pasar a la habitación de su hija.
—Ella—se decía hablando consigo mis-
mo—aecede a mis deseos, sacrificándose :
- por salvarme; y bien sabe Dios cuánto me
violenta esta conducta, que meo obliga a
aparecer a los ojos de mi hija como un
tirano. A pesar de su consentimient co
nozco que mi espíritu no
porque esta boda, que s
matará la paz de mi ame b
-— El marqués de Malfi se lle
al pecho, y suspirando con f
_ si sintiera un gran peso en 1 cora E
Ao a A due:
a algilo el os de en cd
tada junto a la ven
a trafdamente alj
En aquel' beso respetuoso había algo
de la santa resignación de los mártires
que hizo latir con violencia el corazón
del marqués, porque la humildad tiene
cierto dominio sobre los espíritus fuertes,
Don Pablo, que conocía que su hija
estaba: extremadamente débil, la condujo
cariñosamente a la ventana, y la sentó
en la misma silla que pocos momentos
antes acababa de abandonar.
2 oa contento. de A Luisa—dijo—.
e visto al doctor, y por él he sabido que
sa mis súplicas. a
i sacrificándome puedo sal.
yami hija! —murmuró
e si aun sonarán. para si
sa felicidad! : E
n signo. negativo con la
ppt melancólicamente,