Full text: Tomo primero (01)

. EL ANGEL DE 
LA GUARDA 
  
un pronunciamiento con suerte da mu- 
Chos más grados que ocho o diez bata- 
las campales. 
- —Sí; pero como yo no me he pronun- 
-Ciado nunca... 
Por eso eres alférez. Pero descuida 
que no ha de faltarte ocasión, si es que 
- Que en tu pecho comienzas a sentir ese 
deseo de medrar, 
Micaela tomó de pronto una actitud 
reflexiva, que llamó vivamente la aten- 
ción de su esposo. 
—¿En qué piensas? — preguntó Re- 
dondo. 
- —Se me ha ocurrido en este instante 
hacer un robo — respondió sonriendo 
Micacla, | 
—¿Estás loca? 
—Cuerda y muy cuerda, querido Paco. 
-_—Explícate. 
—Nosotros ignoramos quién sea la ma- 
dre de la niña Margarita. 
¿=Como que nada.nos dice sobre es0 
-€n su carta el capitán Alvarez. 
No teniendo ningún dato, nos será 
bastante difícil encontrarla, porque no 
es fácil que el doctor, que indudablemen- 
te la conoce, nos diga quién es, 
— +=Si el capitán le ha encargado el se- 
O. a 
-—El secreto no te quepa duda que es 
de la mayor importancia cuando no nos 
lo ha revelado a nosotros. Pero escucha : 
aquí en el medallón, oculto a 'las mira- 
das, y sin que nadie sepa que existe, se 
hálla un retrato en miniatura. Represen- 
ta una joven muy linda, de dieciocho a 
Veinte años de edad, y es indudable que 
el original de ese retrato es la madre de 
Margarita. 
- —¡Maliciosa! : 
No es malicia, sino pensar con cor- 
dura. al Aa : : 
Pero, ¿qué tiene que ver eso?... 
- —Déjame acabar. Si nosotros nos que 
damos con el retrato... 
¡Micaela! Ea bad. 
—¡Calla, y no me interrumpas! Si nos- 
Otros nos quedamos con el retrato, pue- 
de servirnos para encontrar a la madra 
de Margarita, 
“Pero, ¿tú sabes si es esaf 3 
-. —Pondría las manos en el fuego. Es- 
tando el retrato en nuestro, poder, como 
Ro nos lo reservamos con ninguna mala 
intención, nuestra conciencia queda tran- 
quila, Créelo, Paco: esa miniatura es 
un arma poderosa para defender los in- 
tereses de la hija del capitán Alvarez. 
Si su Madre se porta como yo espero, 
cuando estemos convencidos de que el 
porvenir de Margarita se halla asegura- 
do, entonces le devolveremos el retrato, 
porque ya para nada nos sirve. Entretan- 
to, vamos a sacar el retrato del meda- 
llón y a conservarlo en nuestro poder, 
por lo que pueda ocurrir, 
-—En fin, haz lo que quieras. Pero, ¿y, 
si nos lo reclaman? 
«¿Quién? Ni la: carta dice una pala- 
bra de ese retrato, ni hay en el medallón 
nada que pueda denunciarnos. Además, 
nuestra intención es sana y honrada, y, 
no tendremos por ello remordimientos de 
conciencia, 
Y Micaela, sacando el retrato del me- 
dallón, lo envolvió cuidadosamente en 
un papel, guardándolo luego en una ca- 
jita dentro del cofre, 
—Ahora, querido Paco — añadió —, 
es preciso que mañana temprano veas al 
coronel. 
—¿Para qué? 
Para pedirle una licencia, por lo 
menos de un par de meses, ' 
—¿Y si no quiere concedérmela? 
«Le dices que es un asunto de fami- 
lia de la mayor importancia. Ya sabe 
que nuestro hijo Miguel se halla estu- 
diando en un colegio de Madrid; dile 
que se ha puesto malo, que tienes nece- 
sidad de verle. ¡Oh! Y en cuanto a esto 
último, es la pura verdad, porque yo 
me muero de ganas por darle un abrazo, 
y el coronel, que te quiere mucho, no te 
negará la licencia, estoy segura de ello. 
«Alá veremos. 
-—Iremos los dos a Madrid; ya conoces 
mi carácter, y no he de vivir tranquila 
hasta que no se cumpla la voluntad del 
infortunado capitán Alvarez. 
Pues si te parece, dejemos las cosas 
en tal estado, y vámonos a dormir, por- 
que el sueño comienza a escarabajear- 
me en los ojos. e 
—Sí, acostémonos, que ya es tarde. 
Media hora después Micaela y Paco 
disfrutaban del dulce sueño de los ju”: 
. 
_ El ángel de la guarda. —T, 1,30. 
 
	        
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