EL ANGEL DE
LA GUARDA
“Yo voy siempre donde va la compa-
fía de mi marido—contestó Micaela con
- acento enérgico.
—Es que esta noche..
“ ——DPues por lo mismo que esta noche
Puede correr peligro mi marido, no debo
- Separarme de 8u lado.
-—No seas terca, Micaela, y quédate
con la Morena a retaguardia.
-—No lo esperes, Paco; iré donde tú va-
yas; las balas ya me conocen,
-—¿Y si yo te lo mando?
—Tú no me lo mandarás. »*
- —Pero, ¿y si te lo mandara?—añadió
Redondo. levantando la voz.
- No te obedecería.
-—Tengamos la fiesta en paz, Micaela,
dame gusto una vez en la vida.
Te he dicho que iré con la compañía..
Pero, ¡terca, y más que terca! ¿Y ei
carlistas nos ticnen preparada una
mboscada?
Sea lo que Dios quiera, Paco; yo es-
taré a tu lado.
¡Pues haz lo que quieras!—añadió
Redondo con destemplado acento—. Ven
mi lado, ponte delante de todos, si te
lace, porque cuando se te mete una cosa
e ceja y ceja, no te convence una ba-
ría de cañones rayados. Pero date pri-
a a disponerlo todo, pues antes de un
' de hora salimos del pueblo. ¡Al
al cabo, aragonesa!
pirita girando sobra sus. talones
a acia la: plaza E O. su +
ote con no poca alegría de su corazón,
' mujer no tenía precic por lo ha-
sa, lo bonita. y lo. valiente, y
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aela cargó su jaca y fué a reunirse
u marido en la plaza de Calaf.
| nos a los otros;
¿dónde vamos?
a todos era 3 omg di
- tropa no se interrumpía;
es que el soldado español nunca se en-
a de. los. Neñida dcmmot quedo”
El coronel Comas mandaba la vanguar-
dia.
A las dos dé la tarde del día 13 salió
la columna del pueblo de Calaf, donde se
quedó una buena parte de la división.
El día estaba frío y desapacible; ceni-
cientas nubes cubrían el azul del cielo,
amenazando lluvia, y un viento molesto
oreaba los tostados y alegres rostros de
los soldados. é
La compañía del capitán Alvarez mar=
chaba delante. Redondo iba en su puesto
y Micaela en su jaca, cerca de su espo-
so, cambiando alguna que otra ehanzo-
neta con los soldados, que se alegraban
al verla caminar junto a ellos, y que se
hallaban dispuestos a arriesgar su vida
por salvarla de cualquier peligro.
A medida que iba declinando el día,
iba empeorando el tiempo; creció el vien-
to. convirtiéndose en un espantoso hu-
racán, acompañado de una lluvia fría y
menuda, que azotaba el rostro de un mo-
do insufrible.
A pesar de esto, el buen humor de 1 la
porque sabido
tristece ante el fragor del combate ni
ante la inclemencia del tiempo.
De vez en cuando los oficiales recomen-
daban silencio en las filas. ;
Así continuaron la marcha has
caída de la tarde, hora en que llegaro
al Hostal de Groman, distante media ho-
ra del Santuario de Pinos.
“Siguiendo la opinión del coronel San»
tiago, la compañía hizo alto en Groman,
y la tropa se alojó a la ligera y con Qr=
den de estar prevenida para parte. al.
- primer aviso. de
Colocáronse centinelas 'a ds datiós del
; pueblo, y se encargó entonces más. que
nunca el silencio y la vigilancia.
- soldados se preguntaban en 0 p
Id tiempo continuaba empeorando, Pa
) A que los elementos se habían pro- 0
| puesto hacer ostentación de su furia..
nta quedaba sin eiaddi Pd
- No se oía en el pueblo más ruido que a