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FOLLETIN DE EL MERCANTIL VALENCIANO _
memoria, pues yo sólo me conceptúo
acreedor al olvido y al desprecio.
Conozco que he sido muy culpable, pe-
ro ha llegado para mí la hora del arre-
pentimiento. Perdón y olvido es lo que
espera el desdichado Diego Alvarez.»
El doctor leyó la carta dos veces, como
si no acabara de comprender su sentido,
Después de la firma había esta nota:
- «Juro ante Dios, que muy en breve juz-
gará mis'acciones, que sólo usted, mi
buen doctor, ella y yo sabemos la histo-
ria del nacimiento de Margarita. Puede,
por lo tanto, vivir tranquila la que me
amó lo suficiente para dar ae a mis
palabras.»
—El diablo me lleve si ignmailó esta
carta—dijo el doctor, pamuda consigo
n1iSmo, .
Aquí don Marcelino quedóse unos ins-
tantes pensativo; leyó nuevamente la
epístola del capitán Alvarez y MUIMUTÓ:
—Pero ¿qué diantre de crimen habrá
cometido este joven para que se avergúen-
ce de sí mismo, busque la muerte y diga.
todas esas cosas? ¡Quién sabe! Tal vez en.
esta carta que escribe a Luisa sea ás
claro, más explícito. ”
Y haciendo un movimiento expres esivo
con la fisonomía, añadió;
—Después de todo, sin que yo me ale-
gre del mal de nadie, la muerte del ca-
pitán Alvarez ha sido muy favorable a.
los negocios del marqués de Malfi,
El doctor volvió a dd aim y luego.
continuó:
Dice el capitán Alvarez. que “nadie,
absolutamente nadie, exceptuando la in-
teresada, él y yo, sabe el secreto del na-
cimiento de Margarita; esto es una gran
fortuna, porque como el capitán ha muer-
to, Luisa no ha de revelar su falta, y yo
tampoco he de decir una palabra, el se-
-. creto. queda. enterrado en la tumba del
“olvido. Pero esa Micaela y ese alférez
- que la Acompaña, me ia oa Le
Po sete eR
Don Marcelino apoyó. los. codos en la
- mesa y la frente en las manos, y perma-
_neció algunes A en:
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E an a seal de que
,nisu marido saben quién es
E, quest Micaela lo sup
A había caído queh:
; su pasada: energía, y
- doctor le buscara con tanta urgencia, 1
posible al señor marqués, que entregue a.
la señorita Luisa estas cartas y que vi-
vamos alerta, pues la boda está conveni.
da para dentro de poco, y sería un es-
cándola de fatales consecuencias que ti-
rara el diablo de la manta en tan críti-
ticos instantes.
Y el doctor, resuelto a poner en prácti-
ca lo que acababa de pensar, guardó las
cartas en el bolsillo de su levita, cogió
el bastón y el sombrero y salió de su des-
pacho.
Dorotea, que se hallaba en el corredor,
al ver a su hermano dispuesto para salir
a. la calle, le dijo:
—¿Te vas antes de comer?
—Vuelvo pronto. Voy a casa del señor
marqués de Malfi; pero si a. la hora de
Mo iprical no vengo, come y no me espe-
res.
.—Ya sabes que no me «gusta hacer
«apartadijos»—añadió “Dorotea con mal-
humorado acento.
-—Pues DICD, come y no me puendón
nada,
Y el doctor salió, dejando a su herma-
na refunfuñando.
En la casa del marqués de Mal todo
- era animación.
—Dispuesta la boda de Luisa: y Alejan-
dee para últimos de junio, algunos ope-
rarios se ocupaban en hacer reformas en
la casa, decorando algunas habitaciones
que debían servir cia hospedar al
NOVIOÑ:>+ >
El primer r mes de la luna de miel debían
“pasarlo en la quinta, emprendiendo lue-
go un viaje al extranjero, durante los me-
ses de agosto y setiembre.
El doctor, preocupado con los aconte-
cimientos. del día, llegó hasta el despa-
cho del marqués; pero don Pablo no es-
taba allí, y don Marcelino tuvo que. dar
orden a un criado para que le buscara.
«Por fin, después de treinta minutos de
- espera, el doctor Tarancón vió, entrar al
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* Don Pablo había iii un tant
extrañando. que e
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—¡Cómo!
—He tenido Mo una. a
—Pero ¿qué tiene que ver...?
—Un momento de calma. Hoy Báse e