Full text: Tomo primero (01)

  
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FOLLETIN DE EL MERCANTIL VALENCIANO 
     
* 
  
lo dude usted, doctor, nadie se atreverá 
a sospechar de la hija del marqués de 
Malíi. 
—Sin embargo, Luisa, es una impru- 
dencia... 
—¿Seré yo la primera señorita de la 
aristocracia que proteja y que se enca- 
riñe con la hija de uno de sus criados, Y, 
que se encargue de su educación, y qué 
le regale trajes? No; eso se ve con fre: 
cuencia; y pues va a empezar para mí la 
vida de la farsa y del fingimiento, viva 
usted tranquilo, doctor, yo sabré repre- 
sentar tan bien el papel de protectora 
que nadie ha de descubrir el de madre; 
y esa sociedad, que sólo juzga por las 
apariencias, exclamará: «¡Qué buena esl 
¡Qué corazón tan noble, tan magnánimo! 
La caridad reside en su alma y la no- 
bleza en todas las acciones de su vida.» 
—Haré presentes al señor marqués los 
deseos de usted. 
—No basta hacerlos presentes, es pre- 
ciso que los acepte; es indispensable que 
mo se oponga a ellos, porque de lo con- 
trario sería capaz de revelárselo todo a 
¡Alejandro de San Marino, 
El doctor comprendió que la carta del 
capitán Alvarez había abierto en el alma 
de Luisa una de esas heridas morales que 
hacen cambíar por completo el carácter 
de una mujer, que la obligan a empren- 
der un camino distinto del que se había 
propuesto seguir, que causan una ver- 
dadera revolución en sus ideas, 
Oponerse a los deseos de Luisa era pe- 
ligroso. Nadie es tan fuerte como el débil 
cuando, cansado de sufrir, se resuelve a 
luchar. 
Y el doctor, convencido de que todas 
sus reflexiones serían inútiles, dijo: 
“Voy a hablar al señor marqués, 
-—Aquí espero, 
Cuando don Marcelino salió del gabi- ' 
nete de Luisa iba hablando sólo. 
—Este drama de familia—se decía-——va 
adquiriendo un carácter nuevo; y yo, bien , 
a pesar mío, me veo en el caso de tomar 
parte en él. Si el señor marqués no acce- 
de a los deseos de su hija la creo muy, 
capaz de hacer cualquier locura. Una 
“mujer desesperada lo arriesga todo; pero , 
es preciso convenir en que de la desespe- 
ración de las mujeres siempre tienen 
culpa los hombres. 
El doctor llegó al despacho del mar- 
qués, y no encontrándole preguntó por 
él a Vicente, su ayuda de cámara. 
—El señor marqués—dijo el criado—ha 
marchado hace un momento a Madrid. 
Entonces don Marcelino recordó lo que 
había convenido con don Pablo, es decir, 
que éste buscaría la manera de enviar a 
Ultramar al alférez Redondo, 
Era inútil esperar el regreso del mar- 
qués a la quinta de Carabanchel, pues 
debía tardar, por lo menos, tres o cuatro 
horas, es decir, que hasta la hora de co- 
mer, las Seis de la tarde, no podía con- . 
tar con verle. 
Revistióse de paciencia y volvió de nue- 
vo al gabinete de Luisa. 
—¿Tan pronto?—preguntó ésta. 
—El señor marqués se ha marchado a 
Madrid. 
-—Pues bien, esperaremos. 
Y tirando del llamador de la campani- 
lla dijo a su doncella, que se presentó a 
recibir órdenes: 
—No estoy en casa absolutamente para 
nadie. Cuando venga esta tarde el viz- 
conde de San Marino le dirás que me 
siento un poco indispuesta y que no pue- 
do recibirle, Nada más tengo que encar- 
garte, 
Y Luisa indicó a la doncella que podía 
retirarse. 
Cuando el doctor volvió a quedarse solo 
con la hija del marqués de Malá, dijo: 
—Ruego a usted, hija mía, que no co- 
meta ninguna imprudencia, Es preciso 
que reciba usted esta tarde al señor viz- 
conde. 
—¡No, y mil veces no! Estoy resuelta a 
todo. Los hombres me inspiran un des- 
precio, una repugnancia invencible. Yo 
soy una víctima de su vanidad, de su 
egoismo, de su ambición. Dispuesta estoy 
aun al sacrificio; seré la esposa del viz- 
conde de San Marino, pero quiero una 
recompensa del gran tormento que se me 
impone, y esa recompensa es mi hija. 
Sólo viéndola a mi lado tendré valor para 
llevar a cabo el martirio. Ustedes combi- 
narán el pretexto, la excusa, la historia, 
para que esa niña pueda vivir a mi lado 
sin que el vizconde sospeche la verdad. . 
Yo aprenderé esa historia de memoria y, 
haré que también Magdalena la 'apren= | 
da. Las dos tenemos un gran interés en 
no olvidarla. Si mi padre llega a tiempo, 
si acepta mis proposiciones, pueden us- 
tedes retirar la orden que acabo de dar, 
y recibiré esta tarde, como todas, a Ale- 
jandro, Ahora, doctor, necesito estar so- 
la. Tengo necesidad de derramar las úl- 
timas lágrimas y arrancar con ellas de 
   
    
  
  
  
  
  
 
	        
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