Full text: Tomo primero (01)

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FOLLETIN DE EL MFRCANTIL VALENCIANO 
  
—¡Adelante!—contestó el marqués, ha- 
ciendo un gesto de disgusto. : 
—Luisa quemó sus cartas, y comenzó a 
leer conmovida la que le dirigía el capi- 
tán Alvarez; y esta carta, señor marqués, 
produjo una verdadera revolución en las 
ideas de la señorita, porque ella le de- 
mostraba sin ningún género de duda que 
había sido víctima de la infame alevosía 
de un hombre que, arrepentido de su cri- 
men, atormentado por los gritos de su 
conciencia, había hecho por fin una cosa 
buena, Pero mejor que todo cuanto yo 
pudiera decir a usted se lo explicará la 
carta, que Luisa me entregó para que yo 
a mi vez la depositara en las manos de 
usted, 
“Y el doctor entregó al marqués de Mal. 
fi la carta póstuma de Alvarez, que ya co- 
nocen nuestros lectores. 
Don Pablo comenzó a peer con avi- 
dez. 
De vez en cuando “apretaba los puños 
y hacía rechinar los dientes. 
El odio, la rabia y la vergúenza se re- 
volvían en el alma de aquel anciano a 
medida que avanzaba en la lectura de rd 
carta, 
Con frecuencia se escapaban de su des 
cho palabras ininteligibles, y sus ojos, in- 
yectados en sangre, “devoraban con ee 
dez aquella carta. 
El doctor, de pie e inmóvil, no se atre 
vía a dirigirle la palabra; no hubiera du 
querido ni respirar. 
Por fin don Pablo terminó la lectura, FE 
estrujó la carta entre sus manos; pero 
como si se arrepintiera de alguna de las 
mil ideas que cruzaban por su mente, son- 
rióse: con amargura y dijo en voz baja: 
no le hubiera matado una bala carlista, 
habría muerto a mis manos. Mi único 
“sentimiento es que ese hombre no exista. 
¡Daría toda mi ofrtuna por hundir en su A 
- pecho un puñal, por gozarme en su ago- 
nía, por verle exhalar el último aliento! 
Pero esto ya no es posible, Dios sin duda 
ha dispuesto que la vida de ese misera- 
ble termine de otro modo, - 
—Ya ve usted, señor. AO que 
muerto el capitán Alvarez, queda el se- 
: e A a Ppsiciad Redondo y a su mujer? 
_creto reducido a muy pocas personas. a 
—Esto es una, ventaja. E 
e mismo techo. 
daons A 
—Después de las revelaciones que en 
esta carta hace el capitán Alvarez—aña- 
dió el marqués—,el asunto toma otro ca- 
rácter, y no es tan grave acceder a los 
deseos de mi hija. 
Don Pablo se llevó la mano a la fren- 
te permaneciendo algunos momentos 
en silencio; luego se dijo, como hablan- 
do consigo mismo: 
—Comprendo que la lectura de esta 
carta habrá producido un gran Ccam- 
bio en los pensamientos, en las ideas 
de mi hija; ella le ha hecho ver hasta 
donde llega la perversidad del hombre; 
y como nadie es tan gran maestro como 
el desengaño, juzgo que no se corre tan-. 
to peligro como creía accediendo a las 
súplicas de Luisa, 
—Yo creo lo mismo. Además, no hay 
necesidad de que Magdalena sepa nada. 
—¿Quiere usted encargarse de ver a: 
esa mujer?—dijo de pronto el marqués, 
—¿A quién? ¿A Magdalena? 
—SÍ, 
—No tengo inconveniente. 
—Pues le ruego que la vea sin pérdi- 
da de tiempo. 
—Qué debo decirla? 
_—Dejo a su buena imaginación el in- 
ventar una historia. Esa pobre mujer se 
dará por muy contenta con 'que le de- 
vuelvan la niña, y será para ella un go- 
zo inefable llamarla toda la vida, su 
hija. ci 
—Está bien; la veré, 
—¿Cuándo? 
-—Saldré mañana temprano, pero ne- 
cesito una orden para que se me entre- 
gue a Margarita. 
Ya sospechaba yo tanta infamia. Si 
—La tendrá usted. 
-. —Ahora es preciso A a la se- 
_forita Luisa que usted accede a sus de- 
seos: El vizconde de San AO: no 0d 
de tardar, Y... ; 
Pues vea usted a mi hija. 
Una pregunta antes de separarnos! 
¿Ha hablado usted con su amigo el ve 
neral? 
ASL, | 
Ys PE fácil enviar a Ultramar pe 
Creo conseguirlo. 
—Magdalena ignora quién es la madre —Eso sería muy útil, 
de Margarita. Será preciso, pues, acceder 
a los deseos de Luisa, inventar la histo- 
 yía que desea, y permitir. quen viva an y 
—Mañana mismo tendrá el ministro de 
la Guerra una entrevista con el alférez. 
Redondo. Pero no pierda usted el tiem: 
Po, Porque. el vizconde: de San E 
 
	        
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