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esa
El doctor salió del despacho del mar-
qués, diciendo para su capote:
—Está visto que hay días en que el
hombre, ocupado en negocios ajencs,
no tiene tiempo ni para comer. Yo he
tomado chocolate a las siete de la ma-
fana; van a dar las seis de la tarde, y.
por más que el estómago me recuerde
el abandono en que le tengo, aun no he
tenido tiempo de comer, Esto no es bhi-
giénico ni agradable, pero algo es pre-
ciso hacer por los amigos. Hoy es uno
de aquellos días en que yo estoy desti-
nado, como Jesús, a ir de Herodes a Pi-
latos.
Cuando el doctor entró en el gabi-
nete de Luisa ésta aun permanecía en-
cerrada en su alcoba. Se acercó a la
puerta, y dijo en voz baja:
—Señorita Luisa, vamos, salga usted,
que traigo muy buenas noticias,
El doctor oyó un ruido en el fondo de
la alcoba. Poco después se abrió la puer-
ta y apareció Luisa.
—¿Ha visto usted a mi padre?—pre:
guntó..
—SÍ.
¿Y qué ha dicho?
——¿Qué quiere usted que (ddiga?—repu-
só el doctor sonriendo.—Lo que dicen
siempre los padres: que sí,
—;¡Ah! ¿Luego accede?
Y el semblante de Luisa se reanimó
al pronunciar estas palabras,
—Sí, señora, accede, y me ha. dadó
el encargo de que vaya mañana muy
temprano a Pozuelo de Aravaca en bus-
ca de Magdalena.
—¡Mañana!
—¡Diantre! ¿Le parece a usted tarde?
«No, no, doctor; pero es tanta mi im-
' paciencia por tener mi hija a mi lado...
—La tendrá usted, está todo conveni-
do; pero es preciso que me prometa no
“cometer ninguna locura,
CAPITULO X
ARA
—¡Oh! ¡Lo juro por la salud de mi
hija...
—¡Basta! Ese es un juramento que mé
tranquiliza cuando lo pronuncian 108
labios de una madre. E
—¿Quién ha de tener más interés quae
yo en ocultar mi vergúenza?
—Sí, sí; pero a veces el corazón, que
es un imprudente, suele vendernos,
-—No tema usted.
—Hablemos de otra cosa. Mañana ha-
ré mi visita muy temprano, procurando
estar libre de mis ocupaciones a las
ocho de la mañana. A esa hora tendré.
mi caballejo ensillado y partiré a buen
paso para Pozuelo de Aravaca.
—¡Oh! ¡Perfectamente, doctor, perfecs
tamente! ¡Qué bueno es usted!
Y Luisa estrechó cariñosamente una
de las manos de don Marcelino, el cual
se dijo para sí:
—Para las mujeres siempre es buend
aquel que accede a todos sus deseos,
—¿Con que decía usted que tomaría
a buen paso el camino de Pozuelo?—añas
dió Luisa,
—Sí, y la pobre Magdalena, cuyo
ojos, según me han dicho, son dos ríos
de lágrimas desde que le robaron la nÍ-
ña, al verme entrar por su puerta sé
arrojará en mis brazos, contándome su
desgracia entre lamentos y suspiros.
—¡Pobre mujer! ,
—Pero yo la tranquilizará pronto dir
ciendo que he encontrado a Margarita Y
que se la van a devolver para que n0
se separe nunca de ella.
—¡Eso es! ¡Nunca! ¡Nunca! Vivirán
siempre a mi lado. :
Y como hay necesidad de decir algó
a Magdalena para que no extrañe 12
protección que usted va a ejercer en
“favor de Margarita, quisiera yo que 10%
dos combináramos algo con prudenciá
A
dd