EL ANGEL DE
LA GUARDA 159
endosa y honrada, y estoy seguro de
Ue el señor marqués no tendrá motivo
le quejs,
—Haré cuanto pueda por complacerles,
Jjerque yo nada más ambiciono que vivir
ranquila con mi hija, ganando el sus-
ento con mi trabajo,
-—Pues eso lo tiene usted conseguido
en no cometer ninguna imprudencia.
«Haré todo cuanto usted me mande.
—E! egfor marqués de Malfi tiene una
ija que está en vísperas de casarse; es
una señorita verdaderamente angelical,
a quien todos los criados de la casa quie-
ren con adoración. Si Margarita llega a
er simpática a la hija del señor marqués.
estoy seguro de que esa pobre niña en-
contrará una buena protectora; pero
árdese usted bien, Magdalena, de que
ni el marqués ni la. señorita Luisa descu-
bran la verdad del secreto que nosotros
dos solamente poseemos, porque entonces
perdería usted una buena colocación, y
o pudiendo estar yo al cuidado de Mar-
garita sería fácil que volviera a quitár-
sela a usted su verdadera madre.
-—Pierda usted cuidado, señor don Mar-
lino, que ni aun a mí misma ha? de de-
rmelo.
—Eso es lo que tipo
—Pero ¿cuándo me dererreda mi ta ve
—Mañana sin falta.
—¿Vendrán aquí a traerla?
_—No, :
a, a las doce en punto de la mañana.
Pm he de esperar hasta entonce sd
«—No hay otro remedio.
—En fin, tendré paciencia. pide
irá usted a pd a mi la de Margarita; y como el doctor le había
dicho que iba a entrar al servicio de unos
marqueses calculó que su modesto ajuar
-—Ya sabe usted que soy una persona
formal,
—Sí, sí; perdone usted; ya lo 86; pero
es para mí lan espantosa la idea de vivir
separada de ella...
—Pues poco tiempo le queda a usted;
mañana a las doce depositaré yo mismo
en sus brazos á Margarita, y luego iré a
presentar a usted al marqués de Malí.
—¡Oh! No faltaré.
Magdalena acompañó: al doctor hasta
donde éste tenía el caballo.
—Pero este pobre animal no ha comi-
do nada—dijo Magdalena, fijándose en la,
triste actitud del caballejo del doctor.
—¡Oh, síl Ha comido un buen pienso
esta mañana, y comerá otro cuando lie-
gue a su cuadra; es un caballo muy 80-
brio, ¿no es verdad, «Pajarito»? ..
Y el doctor dió unas palmaditas en las
ancas del rocín, que indudablemente le
hubiera hecho” quedar mal a tener el
uso de la palabra.
- El doctor montó a caballo y emprendió
su marcha, oyendo las bendiciones de
Magdalena, hasta que se perdió de vista
en una de las revueltas del camino.
-—¡Oh! ¡Qué feliz soy, Dios mío! ¡Voy a
“verla para no separarme nunca de su la-
dd Go!—exclamó Magdalena tan pronto co
mo se quedó sola.
Poco después aquella oda mujer co-
> menzó a disponerlo todo para el viaje.
_Guardó en dos cofres toda su ropa y
taba de sobra, y se puso desde aquel
mento a hacer almoneda de todos. los
- enseres de su casa. |
Magdalena había cdobíada: instantá- ]
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