Full text: Tomo primero (01)

LA GUARDA. 163 
  
EL ANGEL DE 
—Me explicaré, Mi marido y yo anos 
Venido a Madrid sin otro objeto que el 
de cumplir la última voluntad del difun- 
to capitán Alvarez. A nadie absolutamen- 
te conocemos en la corte, ni aun podía- 
mos sospechar remotamente que el 8e- 
lor ministro de la Guerra supiera que el 
_ alférez don Francisco Redondo se halla- 
ba en Madrid con licencia. Figúrese, pues, 
_Qhuestro asombro cuando ayer vino un 
ayudante de su excelencia y dijo a mi 
Marido que se presentara a las doce en 
el ministerio de la Guerra. 
¿No veo en eso nada de particular. 
—Si usted me concede un poco de aten- 
ción continuaré refiriendo la' historia y 
verá usted como no solamente tiene algo, 
sino mucho de extraordinario. 
El doctor hizo un movimiento. con los 
hombros, como el que se resigna a es- 
Cuchar. 
-—Mi marido es un infeliz, un hombre 
de bien—añadió Micaela—; y.al saber que 
-€l ministro de la Guerra quería. vérle se 
—Sobrecogió hasta el punto de palidecer. 
Yo procuré tranquilizarle, 
Comprender que un ministro no era rnás 
que un hombre, y puesto que le llamaba 
debía ser puntual a la cita. Y efectiva- 
Mente, mi esposo se presentó en el mi- 
4 nisterio a la hora indicada; recibióle el 
Ministro con gran amabilidad. y le hizo 
Mil elogios por su valor en el campo de 
batalla. y por su limpia hoja de servicios. 
—Pues ahí tiene usted explicado por 
jué se le ha concedido el seplos de. te- 
Niente, 
-—No, no es eso, señor do: Márcelino. a 
Hace poco más de dos meses mi marido 
era sargento primero; se le concedió, por 
bre como mi Paco, que no ha tenido nun- 
ca otros protectores que su valor: y - su 
Conducta, no recibe en el espacio de tres 
Meses dos grados. Aquí hay una mano 
Ceulta.. que nos protege; una mano que 
qeda quisiéramos conocer para besar 
y bendecir; porqué ha de saber usted que 
el señor ministro de la Guerra, después 
«decir a mi marido que se le nombraba 
eniente, le aconsejó que se incorporara 
lo más pronto a su regimiento y que des- 
de alí solicitara pasar a Ultramar con 
€l grado inmediato. 
—Pues bien: yo, en lugar de su marido 4 
la usted aceptaría las proposiciones que y 
e: hacen, 
je es de eso de lo que se trata. ao: que 
haciéndole : 
ra, sino del motivo de mi visita a esta 
casa. Cuando mi marido me contó toda 
lo que le había sucedido con su excelen- 
cia yo me malicié al momento que todo 
aquello no era natural, y me di,e: «A noé8- 
otros no nos conoce e ni nadie sabe 
que hemos venido a Madrid, si se excep- 
túa el doctor don Marcelino Tarancón, a 
quien hemos ido-a visitar para entregarle 
una cartera de parte del difunto capitán 
Alvarez. Probablemente el capitán, que 
era una bellísima persona y que demos- 
traba a mi marido un cariño casi frater- 
nal, debe habernos recómendado al doc- 
tor en una de aquellas cartas tan llenas 
de sellos que nos prohibió que levéramos, 
, y no tendría nada de extraño que el doc- 
tor, o alguna persona influyente amiga 
suya, hubiese hablado al ministro de Se 
Guerra recomendando los servicios de m 
marido.» Es muy natural que vo Asa 
ra esto, como natural también que 
una vez concebida esta idea viniese a 
dar a usted las gracias por los benefi 
cios recibidos. de 
—Usted es dueña de pensar. todo cuan- 
to quiera; pero yo no puedo admitir las. 
demostraciones de gratitud de una per- 
AQ 
sona a quien ningún favor he hecho. 
. —¡Ah, señor doctor! Va a ser una gran 
pena para nosotros noO conocer a huestros 
generosos bienhechores, 
Pues diríjanse ustedes al miniétro de. 
la Guerra, que si hay protector que por 
ustedes se haya interesado él lo sabrá. 
, —¡No,conoce usted a mi marido! Prefe- 
riría tomar un reducto a la bayoneta an- 
LES que hacer. soojante pregunta. al mi- 
mistro. 
Pues entonces, ¿qué quiere usted que A 
los. méritos contraídos en el campo de yo le diga? 
batalla, el empleo de alférez, y un ha | 
ga sus razones para guardar un ro 
—SÍ, sí, lo conozco, y tal vez usted ten» SS 
so sil neilo. sobre el, asunto. A 
. —Ninguna, señora, ninguna, Es. usted 
subradumente suspicaz, 
- —¡Señor doctor, si yo fuera ai 
le hnbiera a usted dicho desde un prin- 
- eivio que de no ser usted nuestro protec- 
tor nadie puede serlo. sino la Eno OA 
Marsirliss E 
- Don: Marcelino comprendió que. era 
ela ens q cuiaado Dades hablar con 
or-eso en Magdalena? En am roba. > 
bien desgraciada esa pobre. niñb, : 
 
	        
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