164
PS
y ahora tengo más interés que nunca en
cumplirle ai capitán Alvarez mi jura-
mento: :
—¿Hizo usted un juramento al capitán
Alvarez?
-—Le ofrecí servir de madre a Margari-
ta si la encontraba desvalida,
-—Y ¿quién sabe donde se encuentra esa
pobre niña?
—Supongo que Jos que la han robado
Je los brazos de Magdalena no habrán
sido tan infames que la hayan dado la
muerte.
—Señora, hay secretos que es un pelí-
gro de muerte poseerlos,
—¡Bah! El que obra bien no teme a na-
die. Nosotros buscaremos a esa niña pa-
ra salvarla de todos los peligros que la
amenazan; y pues se nos oculta el nom-
bre de nuestro protector y se trata de
mandarnos a Ultramar, lo cual prueba
Que no inspiratmos confianza, tanto peor
para elios. Ruego a usted, señor doctor,
que me dispense la molestia que le he
causado, y crea usted que, tanto mi ma-
rido como vo, tenemos un verdadero sen-
timiento al ignorar el nombre de nues-
tros bienhechores.
Y Micaela, saludando respetuosamente,
we dirigió hacia la puerta,
El doctor la dejó salir sin detenerla.
Un aquel momento necesitó de toda su
fuerza de voluntad para producirse de
aquel modo.
Al verse solo, se dijo hablando consigo
mismo.
-—¿Sabrá esta mujer el nombre de la
madre de Margarita?
La noble frente del doctor pareció oscu-
rtecerse ante aquella pregunta,
Pero de pronto se serenó su semblan-
tv, y dejando asomar a sus labios una .
sonrisa tranquilizadora, añadió:
No, no es posible. Alvarez ha muerto
sin revelar a nadie eu secreto; de otra
tnanera, sería el hombre más infame del
raundo. Todo lo que acaba de decirme esa
mujer no son más que deducciones, sin
que tenga otra base donde apoyarse raáús
que la. sospecha. ¡0h! Afortunadamente,
wo he conocido que tenía que habérme-
las con una mujer ladina y no he come-
tido la menor imprudencia. La he visto
echando una por una todas sus palabras;
pero yo estaba prevenido y he sabido do»
miinarme. De todos mudos, es convenien-
te alejarlos de Madrid, y bastará una
orden del ministro de la Guerra para gue
FOLLETIN DE EL MERCANTIL VALENCIANO
se incorpore a su regimiento; y después,
si ellos no piden el pase para Ultramar,
ya veremos el modo de arreglarlo.
El doctor se llevó la mano a la frente
y dejándose caer en un sillón, inurmuró:
Estoy fatigado; hoy ha sido un día
de prueba. Sin embargo, no debe inquie-
tarme la entrevista que acabo de tener.
con Micaela. Si ella conociera a la madre
de Margarita estoy seguro de que se ba-
bría dirigido a ella y no a mí. Sí, sí; des-
echemos infundados temores, y Dios quie-
ra que esta noche no se le ocurra a nadie
en el pueblo ponerse enfermo,
El doctor inclinó su cabeza sobre el
respaldo del sillón, con esa dulzura del
hombre fatigado que se dispone a recon-
ciliarse con el sueño. Sus ojos se fu2zron
cerrando poto a poco, hasta que por fin
se quedó dormido.
En aquel momento entró su hermana
Dorotea.
-——¡Marcelino! ¡Marcelino!-—le gritó.
El doctor permanecía dormido.
-—¡Marcelino! ¡Marcelino!-—repitió Doro-
tea, sacudiéndole por un brazo sin nin-
guna consideración.
El médico hizo un esfuerzo y abrió 108
o030S.
—¡Dájame dormir, por las once mil vir-
genes!
—¡Bah! Ya dormirás luego; háces falta
eu otra parte,
«—Pero ¿qué ocurre?-—preguntó el doc-
tor, llevándose las manos a los ojos.
—Que te llaman con urgencia del pala-
ico de ese rico americano que vive a la :
entrada del pueblo.
¿Que me llaman? ¿Y para qn6?-son-
testó medio dormido el doctor,
¡Toma! Porque, según parece, se ha
puesto malo alguien en la casa. Pero an-
da, hombre, anda, no seas perezoso; ya
sabes que es buen parroquiano.
—Hay días en que tiene uno motivo pa:
ra renegar desu profesión-—dijo el doc:
tor. :
Y tomando el sombrero y el bastón que
lo presentaba su hermana, salió de su
casa, murmurando en voz baja;
iy médico no es otra cosa que un
esclavo en medio de una sociedad libre:
De seguro que «sta noche en cuanto me
acueste, vienen a llamarme para un pat-
to que será laborioso y difícil, para que
acabe de molerme los huesos,
Y el doctor apretó el paso en direc-
ción a la quinta del americano.