Full text: Tomo primero (01)

  
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PS 
  
y ahora tengo más interés que nunca en 
cumplirle ai capitán Alvarez mi jura- 
mento: : 
—¿Hizo usted un juramento al capitán 
Alvarez? 
-—Le ofrecí servir de madre a Margari- 
ta si la encontraba desvalida, 
-—Y ¿quién sabe donde se encuentra esa 
pobre niña? 
—Supongo que Jos que la han robado 
Je los brazos de Magdalena no habrán 
sido tan infames que la hayan dado la 
muerte. 
—Señora, hay secretos que es un pelí- 
gro de muerte poseerlos, 
—¡Bah! El que obra bien no teme a na- 
die. Nosotros buscaremos a esa niña pa- 
ra salvarla de todos los peligros que la 
amenazan; y pues se nos oculta el nom- 
bre de nuestro protector y se trata de 
mandarnos a Ultramar, lo cual prueba 
Que no inspiratmos confianza, tanto peor 
para elios. Ruego a usted, señor doctor, 
que me dispense la molestia que le he 
causado, y crea usted que, tanto mi ma- 
rido como vo, tenemos un verdadero sen- 
timiento al ignorar el nombre de nues- 
tros bienhechores. 
Y Micaela, saludando respetuosamente, 
we dirigió hacia la puerta, 
El doctor la dejó salir sin detenerla. 
Un aquel momento necesitó de toda su 
fuerza de voluntad para producirse de 
aquel modo. 
Al verse solo, se dijo hablando consigo 
mismo. 
-—¿Sabrá esta mujer el nombre de la 
madre de Margarita? 
La noble frente del doctor pareció oscu- 
rtecerse ante aquella pregunta, 
Pero de pronto se serenó su semblan- 
tv, y dejando asomar a sus labios una . 
sonrisa tranquilizadora, añadió: 
No, no es posible. Alvarez ha muerto 
sin revelar a nadie eu secreto; de otra 
tnanera, sería el hombre más infame del 
raundo. Todo lo que acaba de decirme esa 
mujer no son más que deducciones, sin 
que tenga otra base donde apoyarse raáús 
que la. sospecha. ¡0h! Afortunadamente, 
wo he conocido que tenía que habérme- 
las con una mujer ladina y no he come- 
tido la menor imprudencia. La he visto 
echando una por una todas sus palabras; 
pero yo estaba prevenido y he sabido do» 
miinarme. De todos mudos, es convenien- 
te alejarlos de Madrid, y bastará una 
orden del ministro de la Guerra para gue 
FOLLETIN DE EL MERCANTIL VALENCIANO 
se incorpore a su regimiento; y después, 
si ellos no piden el pase para Ultramar, 
ya veremos el modo de arreglarlo. 
El doctor se llevó la mano a la frente 
y dejándose caer en un sillón, inurmuró: 
Estoy fatigado; hoy ha sido un día 
de prueba. Sin embargo, no debe inquie- 
tarme la entrevista que acabo de tener. 
con Micaela. Si ella conociera a la madre 
de Margarita estoy seguro de que se ba- 
bría dirigido a ella y no a mí. Sí, sí; des- 
echemos infundados temores, y Dios quie- 
ra que esta noche no se le ocurra a nadie 
en el pueblo ponerse enfermo, 
El doctor inclinó su cabeza sobre el 
respaldo del sillón, con esa dulzura del 
hombre fatigado que se dispone a recon- 
ciliarse con el sueño. Sus ojos se fu2zron 
cerrando poto a poco, hasta que por fin 
se quedó dormido. 
En aquel momento entró su hermana 
Dorotea. 
-——¡Marcelino! ¡Marcelino!-—le gritó. 
El doctor permanecía dormido. 
-—¡Marcelino! ¡Marcelino!-—repitió Doro- 
tea, sacudiéndole por un brazo sin nin- 
guna consideración. 
El médico hizo un esfuerzo y abrió 108 
o030S. 
—¡Dájame dormir, por las once mil vir- 
genes! 
—¡Bah! Ya dormirás luego; háces falta 
eu otra parte, 
«—Pero ¿qué ocurre?-—preguntó el doc- 
tor, llevándose las manos a los ojos. 
—Que te llaman con urgencia del pala- 
ico de ese rico americano que vive a la : 
entrada del pueblo. 
¿Que me llaman? ¿Y para qn6?-son- 
testó medio dormido el doctor, 
¡Toma! Porque, según parece, se ha 
puesto malo alguien en la casa. Pero an- 
da, hombre, anda, no seas perezoso; ya 
sabes que es buen parroquiano. 
—Hay días en que tiene uno motivo pa: 
ra renegar desu profesión-—dijo el doc: 
tor. : 
Y tomando el sombrero y el bastón que 
lo presentaba su hermana, salió de su 
casa, murmurando en voz baja; 
iy médico no es otra cosa que un 
esclavo en medio de una sociedad libre: 
De seguro que «sta noche en cuanto me 
acueste, vienen a llamarme para un pat- 
to que será laborioso y difícil, para que 
acabe de molerme los huesos, 
Y el doctor apretó el paso en direc- 
ción a la quinta del americano. 
   
  
  
  
 
	        
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