CAPITULO
iv
ra
LA IMPAGIENCIA DE UNA MADRE
Luisa se levantó más dla que de
ostumbre.
Hacía mucho liempo que su alma no
jerimentaba tan inmensa alegría. lba
A ver a su hija, a tenerla a su lado, a
Prodigarle toda clase de caricias! ¿Qué
tra cosa podía apetecer una madre?
Luisa había sido muy desgracia la:
Primero por el amor de un hombre a
quien lo había sacrificado todo; luego por
el sacrificio que le imponía su padre, y
Últimamente por la inesperada lenin del
pitán. Alvarez. :
omprendía que necesitaba un gran vas
para Hevar a cabo el martirio que se
'bía impuesto, martirio. doblemente do-
loroso por la nobleza de Aleja ndro de San
Marino.
—Mi hija de dará fuerz Zas para to 1lo— A
*e decía-—, Dios tendrá piedad de mí, ha-
tiendo que el vergonzoso secreto de su
acimiento no se descubra nunca. A
lisa hubiera querido aquel día hacer
ar las saetas del reloj, 3 din diri- :
impacientes miradas,
Desde e Pd de la:
nsñba Lules que
osa a los ojos de
iso dominarse, oc!
al, ss, yo sabré. domi narme—se de-
o tendré b:
siempr
»
z rg urtigen de entonación, volvió a
- decirse
pe cuando me Hita eola con ella,
sin testigos imporiunos, podré entregar-
me a todas las ternuras'del cariño mater-
nal.
De pronto Luisa se quedó pensativa;
nublose su frente, y se extendió un tinte.
de melancólica tristeza por todo su scm- ,
blante.
—Sin O yo no podré
decirle nunca que soy su madre, que la
he sentido latir con sobresalto en mis
entrañas y que he depositado como-úni=
ea herencia el primer beso en su boca,
la primera lágrima en su frente, Ella.
será la, hija de Magdalena, siem-
amará más a la que le ha dado el
e sus pechos que a la infeliz que le
alió la sangre de sus venas, Su amor ha»
Ed el de la puras, no ml del
| mi hija de. Ñ
Luisa, do ie de estas dni: se A |