Full text: Tomo primero (01)

EL ANGEL DE LA QUARDA 
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da mi padre, se le señalan quinientos 
leales al més, sin contar la comida. 
«Póro señorita, ¡eso es mucho diñerol= 
Tepuso Magdalena. 
«¡Bah! De esé modo podrá usted ir 
juntando a Margarita su modesta dote; 
atinque eso corre de mi cuénta sl cuando 
sé case somos aun amigas, 
=¿Y por qué no lo hemos de ser? ¿No 
es verdad, Margarita, que tú quieres mu- 
cho a la señorita Luisa? 
Sí, mucho, mamá, mucho; mira- 
tontestó la niña depositando un beso en 
las yemas de sus dedos y enviándoselo a 
Luisa. 
- —Por esé beso que acabas de enviar- 
meé—dijo Luisa—te ofrezco mañana una 
muñeca que llene todos tus deseos, Ven 
a darme los buenos días muy temprano. 
—Tengo muchas ganas de tener una 
muñeca muy grande, mamá—repuso la 
_niña—. Ya lo sabes: despiértame mañana 
Muy temprano. ALAN 
—Dispénsela usted, señorita; es muy 
habladora, a pesar de sus pocos años, 
—¡Ah, no, no! Es muy mona. : 
El doctor hizo una seña a Magdalena. 
“para que diera fin a la entrevista. 
-—Con el permiso de usted, me retiro. 
- —Adiós, Magdalena; ya/nos veremos 
luego. Y tú, Margarita, dame otro beso 
antes de marcharte. E 
_La niña corrió esta vez con menos le- cando el criminal ejemplo de otras mu- 
mor que la primera, y se arrojó en los 
brazos de Luisa, que la tuvo un momen- 
to estrechada contra su pecho. de 
Al salir del gabinete de Luisa Mag- 
alena dijo al doctor en voz baja: 
—Señor don Marcelino, ¡qué bueno es. 
usted! ¿Cómo podré pagarle el inmenso 
favor que me ha hecho proporcionándo- | 
mé esta casa? : 
El doctor se encogió 
jó a Magdalena con: 
ue la enterase de sus obligaciones, 
y a mo . y a e] 
des... q. TARA. AR A .n.. 
de hombros y de- 
A E 
. ... PEA ne, q. ey ns ... So. EN 
Luisa, al quedarse sola, sintió un gran 
deseo de llorar, pero las lágrimas, que 
corrieron en abundancia de sus ojos, no 
eran hijas del dolor, sino cel placer, , 
la doncella, para 
PAS 07 
... ... ... ... 
- Aquel momento que había tenido a su 
hija en los brazos le había recompensa- 
do de muchas horas de amargura. 
Sola, encerrada en su gabinete, no. 
kt 
pensaba en otra cosa que en la inmen- 
sa felicidad de tener cerca de sí a la pe- 
queña Margarita, aquel trozo de sus en: 
trañas, por la que tantas angustias había 
pasado. ' 
En medio de esa alegría maternal que 
Vienaba 6u pecho encontraba de pronta 
motivos para entristecerse. Como es08 
brillantes cuadros llenos de luz y de ale- 
gría en que el caprichoso genio del pin- 
ter coloca en lontananza algunos detalles 
oscuros, así Luisa encontraba nubes ne- 
aras, preñadas de electricidad en medio 
lel hermoso cielo de su dicha. 
Pero ya era imposible retroceder; era 
preciso seguir adelante el calvario qué 
s3 había impuesto, la vía dolorósa hacia 
donde la empujaban las circunstancias. 
Luisa, a pesar de todos los aconteci: 
mientos que hábían llenado de lágrimas 
sus ojos y de sobresaltos su corazón, 86 
hubiera creído verdaderamente feliz pa- 
sando el resto de sus días ignorada del 
mundo en su poética quinta de Caraban- 
chel, y cuidando de la salud y educación 
de su hija, 
Pero era preciso vivir en medio de esa 
sociedad engañándola; era indispensable 
aceptar la mano de un hombre y presen- . 
tarse en los salones, en los teatros y en 
paseos con la sonrisa de la felicidad en 
los labios. La suerte estaba echada y no 
quedaba otro temedio que esperar los 
acontecimientos con aparente serenidad. 
En vano Luisa hacía increibles esfuer- 
zos para llenar de valor su corazón; bus- 
jeres procuraba tranquilizar su espíritu, 
y después de largas horas de lucha con- 
sigo misma, solía decirse con acento des- 
-consolado: 
-—¿Qué será de mí, qué será de Marga- 
rita, que será de Alejandro, si un día - 
llega a brillar la verdad y se descubre mi 
secreto? Yo no tendré entonces palabras 
“con que excusarme ante un hombre tan 
bueno, tan noble, tan digno; sólo me que- 
dará el recurso de la desesperación: la 
- rauerte. Pero mi muerte ¿redimirá mi 
culpa? No; porque Alejandro me ama con 
toda su alma, y yo al morir le haré ver- 
daderamente desgraciada ES 
- Estas reflexiones asaltaban con tre- 
cuencia la mente de Luisa, y en vano 
procuraba desecharlas, porque habían 
echado raíces en su cerebro. 
. 4 
La farsa que había jurado representar 
, era de una duración insoportable. Debía 
comenzar en el día más feliz de su exis 
tencia y concluir en el día más t 
de 
su vida; el día de la boda era s 
cipio, el día de la muerte su fn. 
Lt ángel de la guarda 
 
	        
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