EL ANGEL DE LA QUARDA
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da mi padre, se le señalan quinientos
leales al més, sin contar la comida.
«Póro señorita, ¡eso es mucho diñerol=
Tepuso Magdalena.
«¡Bah! De esé modo podrá usted ir
juntando a Margarita su modesta dote;
atinque eso corre de mi cuénta sl cuando
sé case somos aun amigas,
=¿Y por qué no lo hemos de ser? ¿No
es verdad, Margarita, que tú quieres mu-
cho a la señorita Luisa?
Sí, mucho, mamá, mucho; mira-
tontestó la niña depositando un beso en
las yemas de sus dedos y enviándoselo a
Luisa.
- —Por esé beso que acabas de enviar-
meé—dijo Luisa—te ofrezco mañana una
muñeca que llene todos tus deseos, Ven
a darme los buenos días muy temprano.
—Tengo muchas ganas de tener una
muñeca muy grande, mamá—repuso la
_niña—. Ya lo sabes: despiértame mañana
Muy temprano. ALAN
—Dispénsela usted, señorita; es muy
habladora, a pesar de sus pocos años,
—¡Ah, no, no! Es muy mona. :
El doctor hizo una seña a Magdalena.
“para que diera fin a la entrevista.
-—Con el permiso de usted, me retiro.
- —Adiós, Magdalena; ya/nos veremos
luego. Y tú, Margarita, dame otro beso
antes de marcharte. E
_La niña corrió esta vez con menos le- cando el criminal ejemplo de otras mu-
mor que la primera, y se arrojó en los
brazos de Luisa, que la tuvo un momen-
to estrechada contra su pecho. de
Al salir del gabinete de Luisa Mag-
alena dijo al doctor en voz baja:
—Señor don Marcelino, ¡qué bueno es.
usted! ¿Cómo podré pagarle el inmenso
favor que me ha hecho proporcionándo- |
mé esta casa? :
El doctor se encogió
jó a Magdalena con:
ue la enterase de sus obligaciones,
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des... q. TARA. AR A .n..
de hombros y de-
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Luisa, al quedarse sola, sintió un gran
deseo de llorar, pero las lágrimas, que
corrieron en abundancia de sus ojos, no
eran hijas del dolor, sino cel placer, ,
la doncella, para
PAS 07
... ... ... ...
- Aquel momento que había tenido a su
hija en los brazos le había recompensa-
do de muchas horas de amargura.
Sola, encerrada en su gabinete, no.
kt
pensaba en otra cosa que en la inmen-
sa felicidad de tener cerca de sí a la pe-
queña Margarita, aquel trozo de sus en:
trañas, por la que tantas angustias había
pasado. '
En medio de esa alegría maternal que
Vienaba 6u pecho encontraba de pronta
motivos para entristecerse. Como es08
brillantes cuadros llenos de luz y de ale-
gría en que el caprichoso genio del pin-
ter coloca en lontananza algunos detalles
oscuros, así Luisa encontraba nubes ne-
aras, preñadas de electricidad en medio
lel hermoso cielo de su dicha.
Pero ya era imposible retroceder; era
preciso seguir adelante el calvario qué
s3 había impuesto, la vía dolorósa hacia
donde la empujaban las circunstancias.
Luisa, a pesar de todos los aconteci:
mientos que hábían llenado de lágrimas
sus ojos y de sobresaltos su corazón, 86
hubiera creído verdaderamente feliz pa-
sando el resto de sus días ignorada del
mundo en su poética quinta de Caraban-
chel, y cuidando de la salud y educación
de su hija,
Pero era preciso vivir en medio de esa
sociedad engañándola; era indispensable
aceptar la mano de un hombre y presen- .
tarse en los salones, en los teatros y en
paseos con la sonrisa de la felicidad en
los labios. La suerte estaba echada y no
quedaba otro temedio que esperar los
acontecimientos con aparente serenidad.
En vano Luisa hacía increibles esfuer-
zos para llenar de valor su corazón; bus-
jeres procuraba tranquilizar su espíritu,
y después de largas horas de lucha con-
sigo misma, solía decirse con acento des-
-consolado:
-—¿Qué será de mí, qué será de Marga-
rita, que será de Alejandro, si un día -
llega a brillar la verdad y se descubre mi
secreto? Yo no tendré entonces palabras
“con que excusarme ante un hombre tan
bueno, tan noble, tan digno; sólo me que-
dará el recurso de la desesperación: la
- rauerte. Pero mi muerte ¿redimirá mi
culpa? No; porque Alejandro me ama con
toda su alma, y yo al morir le haré ver-
daderamente desgraciada ES
- Estas reflexiones asaltaban con tre-
cuencia la mente de Luisa, y en vano
procuraba desecharlas, porque habían
echado raíces en su cerebro.
. 4
La farsa que había jurado representar
, era de una duración insoportable. Debía
comenzar en el día más feliz de su exis
tencia y concluir en el día más t
de
su vida; el día de la boda era s
cipio, el día de la muerte su fn.
Lt ángel de la guarda