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CAPITULO VIil
A
EL DIA
Todos cuantos encantos, cuanta poesía
y cuanto bienestar puede proporcionar el
dinero encontraron los convidados en la
quinta de Carabanchel,
Reinaba la armonía y el buen humor.
La comida había sido espléndida. Los
convidados salieron al jardín a respirar
el perfume de las flores y la brisa de la
noche, y a qír las melodías acordes de
la orquesta, que se componía de cuaren-
ta profesores.
El jardín estaba iluminado a la vene-
ciana, y aquella multitud de farolillos de,
colores presentaba un PRE golpe de
o a
Los amigos de ¡Alejandro y las amigas
de Luisa paseaban alegres por el jardín,
esperando ansiosos el momento en que
diera principio el baile.
Los amigos del marqués de Mali y del
conde de San Marino para quienes ha-
_—bía pasado ya la afición al baile, disfru-
taban del agradable fresco de la noche
sentados en cómodos sillones de mimbre
de hierro, fumando ricos tabacos y ha-
blando tranquilamente.
La noche estaba hermosa, Hacia Tuna
llena, y lo poetizaba todo, bañando con
su plateada luz las copas de los árboles y
nr parejas 3% pulvlahas pit el
MRdÍa,
- Luisa vestía de blanco con citránidós . |
ncillez, sin más adorno que una cruz de
diamantes sobre su pecho. Y una corona,
de rosas ceñida a las sienes, e o
Estaba encantadora.
Alejandro la miraba de :
con tanto amor como orgullo. . >
Aquellas. Miradas arrancaban ma
sas sonrisas a las amigas de la. novia y
epigramas a los amigos del novi
es qu legre día |
, SON. el blanco adonde. i
lo
FELIZ
la encantadora Clotilde de Sandoval, pres.
ciosa morena, cuyos labios de rosa siem
pre estaban dispuestos a ostentar una.
sonrisa burlona, y sus negres ojos a des-
pedir una mirada de futgo,
Ciotilde envidiaba.en silencio la di:
<ha de eu amiga, porque el vizconde de
San Marino, era, según ella, el mejor par-
E a de Madrid para una muchacha 'hon=.
“ada; pero no por eso dejaba de reirse,
jane li tacos alegre hasta el aturdimien-
to, ni de cambiar alguna que otra mira
da expresiva con el joven y rico amerl-
cano Angel Escobar.
- —Estás encantadora, Luisa, encallado?
Ta—dijo Clotilde, rodeando con sus re-
dondos brazos la esbelta cintura de su
amiga—. Si yo fuera hombre le habría
disputado tu amor con las armas en la
mano a ese afortunado vizconde que ten->
drá pronto la dicha de ser tu dueño.
—¡Siempre la: misma!—contestó Luisa,
] esforzándose por sonreir,
AE ¡Qué quieres! Yo digo lo. que
siento, aunque sea una, inconveniencia.
Es una desgracia nacer hembra, porque
por. franco que sea nuestro carácter, nos
Vemos en la. precisión de deminarnos y.
ser hipócritas; es verdad que todo eso y
- mucho más merecen los hombres,
—¿Tan mal concepto tienes de ellos?
.—No tan malo como el que se merecen,
¿pues yo creo que el mejor de todos no va-
/ le ni una sola de nuestras lágrimas,
—¡Qué exagerada!
—Llámame exagerada; no me Opongo
pero con el tiempo tú misma me darás la
razón; y eso que has tenido la envidiable
suerte de casárte con uno de los poc
- hombres que merecen ser amados.
- —¡Oh, sí! Alejandro es muy bueno. Pe-
a To dime: ¿cuándo te casas tú, Clotilde?
ha el —contestó la. linda