EL ANGEL DE
LA GUARDA 181
E! doctor,
decir:
_ —Piense usted un momento en las te-
Fribles consecuencias a que podría dar
lugar una sospecha, Hay delante de us-
ted un camino que »stá sembrado por to-
das partes de agudas espinas, per. va no
€3 posible retroceder; es preriso avanzar
een la heroica resizaáción da los márti-
- Yes, porque un padre y una hija esperan
de usted el gran sacrificio.
—Lo sé, lo sé; pero mi padre tampoco
Puede ser feliz, porque vivirá siempre vpajo
la angustiosa presión del sobresalto; por-
-Que adivinará en mi rostro la angustia
de mi alma; porque esta infamia que eo-
Melemos, sino la castiga la ley de los
hombres, porque la ignora, la castigará
-€se juez infalible, ese acusador incorrup-
tíble que se llama conciencia,
—¡Silencio! El conde de San Marino se
aproxima.
Efectivamente, el padre de Alejandro
$e acercó al sitio donde estaban Luisa y
el doctor.
-, —¡Ah! ¡Por fin te encuentro!—exclamó
sonriendo.—¿Cómo es eso? ¿Ha perdido
ya la, novia las ganas de bailar?
- —Bailé el primer vals y me he mareado
ta poco—respondió Luisa.
- —Eso es una excusa para volverte atrás
de la palabra que me has empeñado.
—Ya sé que tengo que bailar con us-
ted el primer rigodón.
para réanimarla, volvió a
'—El único baile que podemos bailar los”
Viejos.
—Si lo saben Hana isMtó el doctor.
—No hay nada más fácil.
—Para mí ha sido siempre tan difícil
Un rigodón como la cuadratura del
Círculo,
—Conque así, hija mía, cógete a mi bra-
20, porque ya están reuniéndose las pa-
tejas para el rigodón.
Luisa no pudo negarse; apoyóse en el
brazo del conde de San Marino, y pro-
curando serenar su semblante, se despi-
Gió del médico, dirigiéndole una sonrisa.
Para aquella pobre mártir, el día feliz
Que con tanto afán esperan las jóvenes
€ra un suplicio sin fin.
¡Bailar cuando se lleva la muerte en el
-2lma! ¡Ostentar la sonrisa de la felici-
Cidad en los labios, cuando el dolor y la
amargura rebosan en el corazón! ¿Dón-
de hay JasayoE tormento?
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La fiesta se prolongó hasta que el pri-.
DOS...
mer rayo de la aurora apareció en el
Oriente.
La AA que se disfrutaba en
el jardín era tan agradable, y había una
reunión tan distinguida, que la gente jo-
ven, sin dar oídos a las advertencias de
las personas graves, deseaba prolongar
aquella fiesta hasta lo infinito; pero fué
preciso ponerle fin, y comenzaron las
despedidas. : ,
La multitud de carruajes que espera-
ban a la puerta del jardín empezaron a
ponerse en movimiento, como un hormi-
guero, y el marqués de Malfi ofreció el
brazo a su hija para acompañarla a sus
habitaciones,
En la noche de novios la madre es in-
Cudablemente un gran elemento para la
desposada. Luisa iba a carecer del con-
suelo de los consejos y caricias materna-
los,
En la antesala de la habitación nup-
cial, de aquel nido dispuesto para los
dulces sueños de Himeneo, se hallaban
dos mujeres esperando a la novia: su
doncella y, Magdalena.
E! marqués, después de dirigir algu-
nas palabras cariñosas a Luisa, la dió
un beso en la frente y se despidió de ella,
Luisa entró en su habitación, y deján-.
dose caer en una butaca rompió a llorar
amargamente,
No era posible retroceder; la suerte es.
' taba echada. .
El día feliz había sido para ella el más
doloroso de su existencia.
Su doncella y Magdalena procuraban
consolarla con sus palabras; pero Lui-
sa no oía estas palabras y continuaba os
tando.
Ella comprendía todo el tormento, to-
das las amarguras que le esperaban; pe-
ro había aceptado la corona del martirio,
y era preciso llevarla con la frente er-
guida y la resignación de los mártires,
Durante media hora Luisa permaneció
hundida en un sillón, con el rostro ocul-
to entre las manos,
—¡Por Dios, señorita!—le dijo Magda-
lena, a quien las lágrimas de su bienhe-
Chora conmovían hondamente.—No hay,
motivo para que usted se aflija tanto.
Dentro de breves instantes vendrá el se-
fior vizconde, y al ver a usted tan an-
gustiada va a tener un disgusto,,
—Dice usted bien, Magdalena—contestó.
Luisa; enjugándose las lágrimas y alzan-
do la cabeza—, Vamos.
El Angol de la guarda —T. di