ABOARS
CAPITULO V
DOS CARTAS
¿El marqués,
'Orrió al encuentro de su hija, y estre-
hándo!a entre sus brazos, la dijo:
-—Veo que has cumplido tu palabra,
te doy las gracias. A los pobres deste-
tados les gusta mucho que se acuerden
le ellos,
Luisa, después de dar un beso a su pa-
lre, viendo que Margarita permanecía. a
lgunos pasos» de distancia, la dirigió.
En ada erica maternal y
Qué es eso, Márgarita? ¿No quieres,
darme un beso?
Margarita se arrojó en los brazos de la |
Odesa, murmurando:
¡Ah, señora! ¡Qué buena es usted paz
on esta pobre muchacha!
Yo soy buena porque tú lo eres taya-
; y una prueba de ello es que estoy.
Segura de. que no me olvidas ni un solo
Dstante,
—¿Olvidar a usted? ¡Oh, nuncal Si no
Tue obligara a recordar a usted la grati-
1d, como en esta quinta ni el señor
Marqués ni mi madre hablan de otra co-
a Que de la condesa de San Marino, sería
teciso que la tuviera siempre presente.
Pues. bien: dame otro beso y luego
te al coche; allí encontrarás algunas
leras: que he. comprado para ti y para
Madre. haegs vea vacia a Mag-
da ena,
Y Luisa, diciendo esto, ofíeció al brazo,
Su padre y añadió en voz baja:
—Ven; tenemos que hablar, 2 a
A. tu gabinete, aquí podría. oirnos 0
guien,
Dejemos al marqués: y a Drilo: dirigir
acia la casa, y sigamos a Margarita,
egó hasta el coche, donde el lacayo, ;
verla, abriendo la portezuela, le polmicó
pss pias! de cera dicléndoles
olvidándose de sus años,
—Supongo que es esto lo que usted
busca, señorita.
—SÍ; me ha dicho la. señora cóndesa: bes
—También a mí me encargó que cuan=
do usted viniera se lo entregara—repuso
el lacayo—. Pero otra persona me ha da-
do otro encargo,
—¿Para mí?
—Sí, para usted, señorita.
—¿Y qué es ello?
—Una carta.
—Pues bien: devtisivaBola usted al que
se la haya entregado, Yo no recibo carias
de gente que no conozco.
—¡0h! Sí, la conoce usted. ¡Ya lo creo!
. —Entonces, ¿por qué no me dice usted
su nombre?
-—Es de la señorita doña Emilia—añadió
el lacayo bajando la voz,
—¡Ah!
Ñ j
—¡Silencio! La: señorita me ha encarga
“do la mayor reserva; sobre todo, que no.
lo sepa la señora condesa.
—Está bien.
Margarita leia la carta y se alejó d
carruaje. | :
Tenía dos cailás que leer: la del men-
digo y la del lacayo. '
En vez de dirigirse hacia la casa, fué
e ocultarse en uno de los cenadores del
jardín; se sentó en el banco, y quedóse
meditabunda con las dos cartas en eS
mano. Pe
Margarita. tenía miedo le abrirlas, y,
al mismo tiempo la Eumpalad la inquie-
taba, ARI e
Por. tin se resolvió a leerlas siguiendo
su turno riguroso; es decir, primero la del
mendigo, pues. Margarita as 3e
quién podía ser.
+ aaplo: el sobre: iy leyó la firma. a
Era de Andrés; nose había engañado,
Decía así: i :
«Margarita: Por muy buena, por muy.
er . seas, ¿88 ed no sue se peo Ai