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232 FOLLETIN DE EL MERCANTIL VALENCIANO
do de este modo agradablemente entrete-
nida la velada, Durante el día paseaban
juntos por el jardían ocupados en cuidar
las flores de la estufa, que era otro entre-
tenimiento agradable para el anciano,
Pues bien: todo lo que hacía Margarita
puede hacerlo usted.
—Veo que no te falta ingenio.
—Muchas gracias, señorita.
—Tendré presente el consejo que aca-
bas de darme, pues me parece bueno.
—Es imposible que el señor marqués se
resigne a vivir solo en la quinta, Si us-
ted no reemplaza a Margarita, no ten-
dría nada de extraño que se echara por
esas calles en busca de lo que él llama
su apoyo, la poesía de su vejez.
—Sí, sí, tienes razón; y aunque ofende
un poco mi amor propio, yo creo que pa-
ra curar a mi abuelo del cáncer de Mar-
garita no hay otro remedio que reem-
plazarla yo,
—Es seguro; y además se coloca usted
a los ojos de los señores condes y de to-
dos cuantos la conocen a una gran altu-
Ta; porque será de un efecto verdadera-
mente admirable que una joven tan her-
mosa y tan rica como la señorita aban-
done Madrid en el principio de un in-
vierno para ir a encerrarse en una casa
- de campo a cuidar de su querido abuelo.
—¡Oh! ¿Sabes, Bonifacio, que estoy or-
gullosa de tenerte a mi servicio?
—La señorita, es demasiado buena con-
migo. Pero volviendo a mi historia, aña-
diré que ha de causar un verdadero etec-
to a todos los amigos de la casa, cuando
al preguntar por la señorita se les Ui-
ga: «Iistá en la quinta de Carabanchel
cuidando de su abuelo; porque el pobre
marqués, que pronto cumplirá ochenta
años, no puede vivir sin verla a su lado,
y ella, por complácerle, a pesar de su
juventud abandona las reuniones, los tea-
tros, los bailes y va a encerrarse en aquel
destierro sin otros encantos que el sol de
invierno y el perfume de las flores.»
Emilia, con el codo apoyado sobre el
mullido almohadón y la barba cogida con
la mano derecha, se quedó mirando con
fijeza al lacayo, y después de algunos se-
gundos, dijo;
—Dime, Bonifacio: ¿quieres explicarme
por qué un hombre tan listo como tú es
lacayo de mi casa?
Señorita, porque el hombre está sen-
tenciado desde que nace a rendir tributo
2 las circunstancias y al estómago. Yo
me crié eh casa de un tío que era sacerdo»
o A rt
te, y mi tío se empeñó en que yo fuest
cura, Estudié por consiguiente un poco,
aunque no mucho, y ya iba a concluir *
mis dos años de latín cuando el tifus mé
hizo la mala partida de llevarse a mi t10/
y como yo no podía seguir la carrera por
mi cuenta y el estómago me reconvenÍa
sin cesar, pidiéndome algo que digerir,
me coloqué de ayuda de cámara en casa
de un ser viejo y desde allí tuve la for"
tuna de entrar de lacayo de la señoritas
—Y dime: ¿te gustaría concluir la car
rrera de cura?
—¡Oh! ¡Ya lo creo, señorita! Porque aun
cuando los curas en estos tiempos han
dado un gran bajón, sin embargo, es c0-
sa sabida que desde el momento en qué
un muchacho recibe las órdenes y canta
misa ya puede decir que tiene asegurado
el pan nuestro de cada día.
—Pues bien: hablaré a mi padre y con-
cluirás la carrera,
—¡0h! Mi gratitud será eterna, señorita.
—Ahora, loma, para que te compres
lo que te haga falta.
Y Emilia, abriendo un cajón de una
arquimesa antigua de concha con incrus-
taciones de plata, sacó una moneda de oro
y la:puso en la mano de Bonifacio.
—¡Una onza, señorital—dijo el lacay0
sin poder contener su alegría.
-—Hoy me has prestado un servicio más
grande de lo que tú imaginas, Sigue por
ese camino y encontrarás siempre en mí
una buena protectora.
—¡Ah, señorital Yo quisiera demostra?
a usted mi gratitud dándole hasta la úl-
tima gota de sangre de mis venas.
-——No hay necesidad de tanto, Bonifa-
cio; pero si quieres prestarmes un nuevo
esrvicio, procura averiguar dónde se han
refugiado Magdalena y Margarita,
—Lo procuraré, señorita. Precisamente
soy íntimo amigo de un agente de poli-
cía secreta, que, como yo, seguía también
la carrera de cura,
Pues bien: busca a ese amigo y pro-
cura descubrir el paradero de Margarita;
pero a nadie, absolutamente a nadie, en-
tiéndelo bien, le has de decir una palabra
de este encargo.
—¡0h! Primero me arrancarían la len-
gua. |
—Te relevo del servicio por todo el día.
—Pero ¿y si la señora condesa...?
—Si la señora condesa te llama le diré
que te he dado permiso para que 'vaya8
a ver a un pariente que está enfermo;