Full text: Tomo primero (01)

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CAPITULO XII 
LA MALEDICENCIA FEMENINA 
El conde de San Marino tenía la cos- 
Umbre de abrir los salones de su casa 
% mediados de noviembre. Los aconte- 
Cimientos que nos ocupan tenían lugar 
A últimos de . ctubre, 
En estas reuniones, que se verificaban 
6dos los sábados, se congregaba la so-' 
ledad más selecta de Madrid; pero el 
racter de los dueños de la casa les 
ába: un sello especial. Reinaba siempre 
a mayor confianza, unida con la más 
Xquisita finura; se daba siempre a la 
lúsica y al canto la preferencia sobre - 
l baile; y aunque los títulos de los due- 
los de la casa eran de los más rancios 
distinguidos y sus fortunas de las 
Ss poderosas, se respiraba en los sa- 
Oñes del conde de San Marino algo de 
emocracia que no disgustaba | a las de: 
nes aristócratas, : 
Las puertas del palacio del conde de 
an Marino se encontraban siempre 
biertas a todas las reputaciones artís- 
icas, y no era extraño encontrar allí 
intores de fama, músicos célebres y 
istinguidos literatos, 
Además de estas reuniones semanales, 
abía otras de menos importancia, a las 
uales no se les había señalado día fijo 
que tenían el nombre de ensayos, 
Entonces se reunían dos o tres aml- 
s de Emilia y otros dos o tres jóvenes 
icionados al canto, y desde las/ 
eve hasta las doce de la noche se 
asaban ensayando y riéndose de sus 
le todas esas dificultades que se aglo- 
Meran en la garganta del aficionado que 
lO tiene una gran seguridad en su voz. 
Estos ensayos er familia los presidía 
nútil es decir que el privilegiado ge- 
0 musical y la potente voz de Marga- 
a vencían muchas dificultades en es- 
po ce ze ció joven e 
desapareciendo poco a poco, por vivir 
retirada ,con el anciano marqués de 
_Malfi en la quinta de Carabanchel, 
Sin embargo, siempre se le echaba 
de menos; y cuando alguno la recorda- 
ba, causaba gran mortificación a Emi- 
lia. . 
La noché que nos ocupa, Emilia se ha- 
aba sentada en un sofá, teniendo a su 
lado una amiga de colegio, la hija de 
un baron muy conocido en Madrid. 
La condesa de San Marino, grave y 
melancólica como siempre, pero algo 
más pálida que de costumbre, sin duda 
por las emociones que había experimen- 
tado aquel día, se encontraba sentada 
junto a un velador y leía en un libro 
que tenía entre sus manos. 
Pero oigamos la conversación de las 
dos jóvenes. 
La hija del barón se llamaba Juanita. 
, —¿Con que dices—preguntó esta últi- 
ma—que tiene tan hermosa voz de ba- 
rítono? , 
—Canta admirablemente; ya le virás. 
¡Lástima que ese muchacho no tenga 
un título de conde o de marqués! 
—¡Bah! Hoy en día, según dice mi pa- y 
dee, los títulos no valen nada. Bien es 
verdad que como papá es un republica- a 
- no furioso... 
—Pues, hija mía, es un contrasenti- 
do que sea republicano un barón como 
tu padre, que se precia de descender 
«del tiempo de Alfonso VI. 
sentonaciones, de sus notas falsas y 
-—Eso precisamente le. dice mi tío el. 
duque. ¡Y si vieras qué agarradas tie- 
nen, qué cuestiones! Muchas veces me” | 
asusto de oirlos. 
—De seguro que tu tío. Neva la razón 
; en. esas disputas. 
Sí, sí; yo también creo lo dond 
perque ¿qué iríamos ceiba dietas 
“con la República? 
p orde riainoR ind 
 
	        
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