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CAPITULO 111
EL PRIMER OBSTACULO
El desagradable graznido de los gansos
y los monótonos ecos de las aves acuáti-
cas, comenzaban a ser sustituidos por el
ardiente canto de las codornices en los
sembrados.
Las sencillas africanas habían empren-
dido su emigración en busca de una paá-
tria adoptiva que satisficiese sus d08
grandes necesidades: la gula y el amor.
Los andarríos y las grullas emprendian
su incansable vuelo hacia el Norte; las
tórtolas comenzaban a arrullar en los
olivos de España, anunciando los prime-
ros preludios del verano.
Esto quiere decir que comenzaba el
mes de mayo, mes de las flores, de los
perfumes, de los crepúsculos templados
y de las golondrinas. y
El invierno es la muerte, el verano es
la: vida. Todo cadáver está frio.
Vamos, pues, querido lector, a pene-
trar en un járdín por cuyas tapias se en-
reda la madreselva, perfumando el am-
biente; en un jardín lleno de poesía, de
encantos, de vida, creado expresamente
para satisfacer las necesidades de la ca:
prichosa imaginación de una joven de
dieciocho años, a quien Dios había que-
rido cónceder todos los dones que su in-
finita misericordia puede derramar s0-
bre una criatura.
Luisa de Malfi tenía, er la época en
que la presentamos a nuestros lectores,
diecinueve primaveras.
Joven, rica y hermosa, parecía que la
felicidad debía sonreir en derredor suyo;
pero como la felicidad es en la tierra de
los hombres casi un imposible, Luisa,
a pesar de su juventud, de su hermosura
- y de su fortuna, tenía más de una vez
durante la noche sus ojos llenos de lá-
grimas.
Hay historias tristes que las mujeres
guardan siempre en el fondo de sus al-
PA.
La vida tiene episodios que sólo pue-
den comentarse en la soledad, y alí, en
el silencio de la noche, cubren de lágri-
mas los ojos de la criatura, y arrancaú
dé su pecho suspiros de dolor,
¿En qué consiste la dicha? ¿Se encie-
yra, por ventura, en el fondo de esas ele-, *
gantes carretelas, ¿uyos ricos caballos
de pura raza salpican de barró al pobre?,
¿En un lujoso palco-de un teatro? ¿Bajo
las blondas y el terciopelo? ¿En la suñ-
tuosidad de lós palacios? No,
Los grandes hombres, esos filósofos qu
no se han fijado nunca en la corteza por
estudiar el fondo; esos hijos predilectos
del genio, que recorren mucbas veces es-,
ta vida de penalidades con la antorcha
del saber en la mano y los pies descal-
zo8; esós locos sublimes, que, como Cra-,
"tes, arrojan su fortuna al mar, viven en,
un tonel, como Diógenes el cínico, y se,
envuelven, como Esopo, en una capa ral-,
da y sucia, han pasado muchás noches
de estudio para descifrar el gran pro-,
blema que lleve el corazón humano al es-
tado de perfecta felicidad. :
La Historia, ese lamento del pasado
que nos sirve de ejemplo en el presente,
nos ha hecho conocer que no es el oro,
ni la alta jerarquía, ni la consideración
pública, lo que constituye la felicidad de
la criatura. /
Creso hubiera podido comprar a,Gre-
cia, pero le faltaba un ojo, y envidiaba
a todos aqullos que no eran
Octavio Augusto fué emperador, fué se-
fior del mundo, y en medio de su poder
increíble, de su dominación absoluta, ge-
mía por los dolores reumáticos de su
pierna y lloraba por las liviandades de
su hermana. Hércules, que mataba un
toro de un puñetazo, y ante quien tem-
blaban los hombres más poderosos y más
valientes, cuando nadie le veía, cuando
se hallaba en el rincón más solitario de
su palacio, caía de rodillas a los pies de
su querida, y ésta le ponía en la mano
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tuertos.