EL ANGEL DE
LA GUARDA
—Querido Alejandro — añadió el con-
de—, será preciso que pidas perdón al se-
- for Peralta por el perjuicio que involun-
- tariamente le has causado,
¿Y 0?
_ —Sí, tú; porque si Luisa acepta tu ma-
Bo, el pleito va a terminar; la gran cues-
tión quedará resuelta, y nuestro aboga-
Si do, que tiene la seguridad de ganarle an-:
_ Se los tribunales, no se aviene muy gus-
toso a que se arregle de otro modo.
_—De todos modos sería igual—repuso
_Alejandro—, Figúrese usted, mi querido
señor Peralta, que nosotros tenemos el
- Pleito ganado en la Audiencia, y el mar-
qués de Malfi nos entrega trescientos o
- Cuatrocientos mil duros, que es toda su
-Tortuna; que se queda arruinado, y que.
- 2 MÍ, con una, riqueza fabulosa y un :ítu-
lo de grande de España de primera cla-
Se, se me ocurre casarme con una mu-
Chacha que no tiene más patrimonio que
Su honor y su hermosura, El resultado
- Para nosotros sería el mismo. :
—Está usted en un error, señor vizcon-
- de—contestó el abogado—. Las condicio-
_ Res del contrato con una muchacha po- '
bre, son siempre muy distintas de las
"que se emplean con una rica.
-_—¡Bah! Esas son pequeñeces en que no
debe pararse el heredero del conde de
San Marino. ¿No es verdad, padre mío? .
—Sí, sí, dices bien, Alejandro. Basta
de pleitos y de números; basta. de disgus-
tos y de cavilaciones; mi-único deseo es :
verte feliz... EE
_—No dúde usted que lo seré, si Luisa
Me concede su mano. i
—Pues puede usted darlo por hecho;
Sólo cometiendo el marqués de Malfi una
locura, incomprensible a sus años y con
experiencia, pudiera negarse a un ca-
samiento tan. ventajoso para él. :
-No tardaremos en salir de dudas.
¡Ah! ¡Qué grande es mi impaciencia!
adió Alejandro—, Mucho: temo, pa-
mío, que Luisa rechace mis proposi-
—¿Tienes algún motivo para esperar
una negativa? '
-—Desde que vine de Alemania he teni-
do ocasión de ver a esa encantadora jo-
ven algunas veces, y siempre la he en-
contrado triste, melancólica, como si al-
guna pena secreta mortificara su alma.
—Pero al dirigirle tú la palabra, ¿no
has notado algo que pudiera revelarte la
mayor o menor simpatía que la inspi-
rabas?
—Yo he creído siempre, padre mío,
que la gravedad que me demostraba al
dirigirle la palabra, era hija de las lu-
chas que tanto tiempo mantienen nues-
tras casas. Una noche, en la embajada
inglesa, la pedí que me concediera la
honra de bailar con ella un vals; aceptó,
y entonces, en medio de aquel torbellino
de mujeres hermosas y hombres elegan-
tes, que daban vueltas al compás de la
música, tuve ocasión de cambiar con Lui-
“sa algunas - palabras que me hicieron.
comprender que era un gran obstáculo .
para que mi amor fuera correspondido, .
el pleito que mantenían nuestros padres.
—Luego ella te dijo...
—Nada terminantémente; pero y:
_prendí que su retraimiento para con
no tenía otra causa que.nuestras. dise
siones de familia; y por eso, padre mío,
supliqué a usted «que propusiese una
transacción honrosa; y usted, siempre :
bueno: para conmigo, no solamente: ha
accedido a mis súplicas, sino que ha te-.
nido la abnegación de llamar a las puer-.
tas del marqués de Malfi y proponerle la
paz. , od 2
En aquel momento, un criado entró en
la biblioteca y dijo: as dl
—El señor marqués de Malf espera al
- señor conde en el salón. ] b
—El reloj, hijo mío, marca las doce en |
punto. El marqués ha sido puntual. Es-
peradme aquí; volveré tan pronto como
termine nuestra entrevista,