CAPITULO Il
DE PARTE DEL MAS DEBIL
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Después de descrito, aunque ligera-
Mente, el carácter del doctor don Mar:
_Celino Tarancón y las relaciones que le
unían con la familia del marqués, va-
mos a reanudar el hilo de nuestra inte-
rtrumpida historia.
- El sol se hallaba indeciso en las puer-
tas del ocaso, extendiendo scbre la tierra
sus últimos rayos, cuando el doctor don
Marcelino, cubierto de polvo, se apeó a
la puerta de su casa, dejando en libertad
4 un mal caballejo que le había servido
de cabalgadura para conducirle a Geta-
- Te, en cuyo pueblo le habían llamado pa-
- Ta una consulta.
Don Marcelino no había hecho más
Que sentarse en su cómodo sillón de va-
queta y pedir a su hermana un vaso de.
agua azucarada, cuando vió entrar pre-
cipitadamente por las puertas de su casa,
coh muestras de la mayor agitación, al
antiguo ayuda de cámara del mAs des
e Main.
- Los médicos están tan' Acolluiibrados
a no tener una hora libre, que'a muchos
de ellos lés asombra que se les deje dor-
Mir a pierna suelta una scla noche.
-—Señor: doctor—dijo precipitadamente
el ayuda de cámara—, venga usted al
instante. La señorita se ha puesto muy
mala. El marqués está desesperado, Algo
grave ha sucedido en casa.
Al oir estas palabras el médico pazóció
onmoverse, y sin acordarse del vaso de
y ua que le presontaba su hermana, reS-
.
,.
Vamos, vamos allá.
Desde la casa del pcia a la detidd
amenazadora, indicaban la terrible tem.
del marqués de Malfi había riada
oscientos. pp :
murmurando con acento inintelegible es-
tas palabras:
—Mucho temo que la señorita haya co-
metido alguna imprudencia, Yo siempre
he dicho que estas cosas, tarde o tem-
prano...
Así como algunos reos cáminan abis-
mados, descompuestos y sin aliento ha-
cia el patíbulo, y al verse sobre el infa-
mante tablado recobran de pronto su
perdida energía, como si al perder toda
esperanza de vida la muerte reanimara
su valor, así don Marcelino, al traspa-
sar la puerta de hierro que daba entra-
da al jardín, recobró toda su serenidad
y se dijo:
—Calma, Marcelino, calma, porque la.
cosa puede ser seria.
El doctor no tuvo necesidad de que na-
die le acompañase al gabinete de Luisas
Conocía perfectamente la casa.
Cuando entró no tuvo la menor duda
- de que allí había sucedido algo grave.
Luisa se hallaba casi tendida en una
butaca, con muestras de una gran PoS-
tración 0.
Su hermoso semblante, pálido y des-
encajado, estaba un tanto contraído, sin
duda por los efectos de algún ataque
nervioso; su mirada era vaga y calentu-
rienta. de
De pie, junto a la butaca, se hallaba
miss Boston, muda, inmóvil como una
roca y con los ojos llenos de lágrimas.
El marqués, con las manos cruzadas a
la espalda, se paseaba a lo largo de la
- habitación.
Su frente torva, su mirada coluda y
pestad que se agitaba en su alma.
Todo esto lo estudió el doctor con una
sola mirada; pero algo debía remorderle -
- gu conciencia cuando había tenido nece-
- sidad de tranquilizar su espíritu antes
de penetrar 'en aquella habitación.
Todo lo e sele, le indicaba a se E: