Full text: Tomo primero (01)

CAPITULO Il 
DE PARTE DEL MAS DEBIL 
4 
Después de descrito, aunque ligera- 
Mente, el carácter del doctor don Mar: 
_Celino Tarancón y las relaciones que le 
unían con la familia del marqués, va- 
mos a reanudar el hilo de nuestra inte- 
rtrumpida historia. 
- El sol se hallaba indeciso en las puer- 
tas del ocaso, extendiendo scbre la tierra 
sus últimos rayos, cuando el doctor don 
Marcelino, cubierto de polvo, se apeó a 
la puerta de su casa, dejando en libertad 
4 un mal caballejo que le había servido 
de cabalgadura para conducirle a Geta- 
- Te, en cuyo pueblo le habían llamado pa- 
- Ta una consulta. 
Don Marcelino no había hecho más 
Que sentarse en su cómodo sillón de va- 
queta y pedir a su hermana un vaso de. 
agua azucarada, cuando vió entrar pre- 
cipitadamente por las puertas de su casa, 
coh muestras de la mayor agitación, al 
antiguo ayuda de cámara del mAs des 
e Main. 
- Los médicos están tan' Acolluiibrados 
a no tener una hora libre, que'a muchos 
de ellos lés asombra que se les deje dor- 
Mir a pierna suelta una scla noche. 
-—Señor: doctor—dijo precipitadamente 
el ayuda de cámara—, venga usted al 
instante. La señorita se ha puesto muy 
mala. El marqués está desesperado, Algo 
grave ha sucedido en casa. 
Al oir estas palabras el médico pazóció 
onmoverse, y sin acordarse del vaso de 
y ua que le presontaba su hermana, reS- 
. 
,. 
Vamos, vamos allá. 
Desde la casa del pcia a la detidd 
amenazadora, indicaban la terrible tem. 
del marqués de Malfi había riada 
oscientos. pp : 
murmurando con acento inintelegible es- 
tas palabras: 
—Mucho temo que la señorita haya co- 
metido alguna imprudencia, Yo siempre 
he dicho que estas cosas, tarde o tem- 
prano... 
Así como algunos reos cáminan abis- 
mados, descompuestos y sin aliento ha- 
cia el patíbulo, y al verse sobre el infa- 
mante tablado recobran de pronto su 
perdida energía, como si al perder toda 
esperanza de vida la muerte reanimara 
su valor, así don Marcelino, al traspa- 
sar la puerta de hierro que daba entra- 
da al jardín, recobró toda su serenidad 
y se dijo: 
—Calma, Marcelino, calma, porque la. 
cosa puede ser seria. 
El doctor no tuvo necesidad de que na- 
die le acompañase al gabinete de Luisas 
Conocía perfectamente la casa. 
Cuando entró no tuvo la menor duda 
- de que allí había sucedido algo grave. 
Luisa se hallaba casi tendida en una 
butaca, con muestras de una gran PoS- 
tración 0. 
Su hermoso semblante, pálido y des- 
encajado, estaba un tanto contraído, sin 
duda por los efectos de algún ataque 
nervioso; su mirada era vaga y calentu- 
rienta. de 
De pie, junto a la butaca, se hallaba 
miss Boston, muda, inmóvil como una 
roca y con los ojos llenos de lágrimas. 
El marqués, con las manos cruzadas a 
la espalda, se paseaba a lo largo de la 
- habitación. 
Su frente torva, su mirada coluda y 
pestad que se agitaba en su alma. 
Todo esto lo estudió el doctor con una 
sola mirada; pero algo debía remorderle - 
- gu conciencia cuando había tenido nece- 
- sidad de tranquilizar su espíritu antes 
de penetrar 'en aquella habitación. 
Todo lo e sele, le indicaba a se E: 
 
	        
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