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CAPITULO V
AMENAZAS. Y
Luisa permanecía ocultando el rostro
entre las manos. :
El marqués continuaba de pie, con-
templándola con amenazadora actitud.
Pero aquella pausa no podía prolon-
garse mucho tiempo, porque era muy
dolorosa para entrambos. e
Hay situaciones en la vida en que la
muerte sería considerada como un gran
bien, y Luisa se encontraba en una de
esas situaciones.
Era indudable que su padre, receloso
y desconfiado, había oído algo de su con-
versación con el médico, Continuar en-
cerrada en su inexplicable mutismo era
imposible, porque su. silencio no podía
hacer sino irritarle más y más.
Pero, ¡cuán terrible y violento era pa-
ra aquella pobre joven revelar con todos
sus detalles sus primeros amores, caus4
de las desgracias que amenazaban a su.
padre, y cue la hundían en la mayor
desesperación! .
Por fin el marqués avanzó unos par-
sos, extendió un brazo, colocando-la
mano sobre la cabeza de su hija, y con
una voz pausada, pero terriblemente
severa, dijo:
—;¡Luisa de Malfi, basta de lágrimas,
basta de suspirós hipócritas! Descubre
esa frente, manchada con el oprobio y
la vergúenza, y disponte a revelar toda
la: verdad a tu padre y tu juez, que va
a sentarse junto a la cabecera de tu
cama, y que después de oirte dictará su
sentencia.
¡Padre mtol: E
—No quiero oir ni una palabra : pue
me recuerde la ternura de otros tiem-
pos, que traiga a mi memoria el amor
que te he tenido. Yo vengo aquí a exi-
girte que me reveles la historia de esa
insensata pasión que llena de oprobio
tu honra y me hunde a mí en la mise-
ria y la desesperación. E
Oh! ¡Yo necesito disculparme a 4us
to, de s
SUPLIGAS
1d
ojos, padre mío! ¡Yo necesito escuchar
palabras de ternura y de amor!—excla-
mó Luisa, juntando las manos en ade-
mán suplicante,
—¡Palabras de ternura y de amorl—
repitió el marqués con una sonrisa
amarga, y moviendo dolorosamente la
cabeza—. ¡Palabras .de ternura y de
amor! ¿Y eres tú la que espera eso de
mí? Todos los padres tienen una fuente
de cariño que brota en mecio de sus co-
razones, pero esa fuente se ha secado en
el mío, Yo tenía en ti puestas todas mis
esperanzas, todo mi amor; mas mis es-
peranzas se han extinguido y mi amor
ha muerto. Comienza tu relato,
—Pero, ¿no conoces que tu severidad,
aunque sea muy justa, oprime mi espí-
ritu y ahoga mi voz en la garganta?
—Yo no puedo creer en la ternura de
una hija que, astuta y fementida, se ha
complacido en el silencio de la noche
en deshonrar mis canas; que, pérfida
y desconfiada, ha entregado su honor a
un hombre indigno de ella, indy
—¡No, no, padre mío! He sido muy
culpable, lo conozco; pero el hombre a
quien he dado la mano de esposa es dig-
no, yo te lo juro, de que le llames tu
hijo.
—Entonces, ¿por qué me habéis ocul-
tado vuestros amores?
—Esa es mi única falta,
—Pues discúlpate de ella revelándome
toda la verdad. :
Luisa se resistía, y guardó un momen-
ilencio; pero' el marqués, impar
.
“oglónte, añadió:
-——Ha bla. Sa
—Puesto que así lo quieres—dijo por
fin Luisa, exhalando un profundo sus»
piro—, no te ocultaré nada; y luego...
¡sea lo que Dios quiera! o
El marqués se dispuso a oir la rela-
ción de su hija, procurando en yano do-
_Minar su emoción. $