Full text: Tomo primero (01)

id 
  
A AROS FOLLETIN DE El MERGANT!I VALENCIANO 
vención una carta para Luisa, que de- 
cía así: 
«Magdalena Sánchez no vive ya en la 
calle de la Esperanza; hace tres meses 
que se ha mudado, y mis pesquisas han 
sido inútiles para descubrir su parade- 
ro. ¿Qué hacemostn 
El doctor entró en la quínta del mar- 
qués, y se dirigió al gabinete de Luisa. 
AMí estaba su padre, más grave, más 
taciturno que nunca. 
* Saludó al doctor con un ligero movi> 
miento de cabeza, dh. . 
Don Marcelino penetró en la alcoha. 
Al pie de la cama se hallaba la nueva 
doncella de Luisa, 
Era una mujer de cuarenta años, gra- 
ye, y con un rostro poco simpático, 
Desde el primer momento Lulsa com- 
prendió que aquella mujer no ejercía 
ótras funciones que las de espía, No le 
inspiraba, por consiguiente, ninguna 
confianza. 
Luisa interrogó con una mirada al doo- 
tor. 
Don Marcelino comprendió que no po- 
día decirle ni una palabra, pr 
_Pulsó a la enferma, y aprovechando 
un instante en que la doncella, por or- 
den del médico, se dirigía hacia la mesa 
en busca de un medicamento, puso en 
las manos de Luisa el papel que poco an- 
tes había escrito. E 
' Luisa lo guardó bajo su almohada, 
—Dará usted a la enferma, cada tres 
horas, una cucharada de esa; medicina— 
dijo el doctor—; y si mañana hace buen 
día, y la señorita quiere levantarse un 
rato, no encuentro en ello inconveniente. 
El doctor salió de la alcoba, y como 
don Pablo permanecía'inmóvil en el mis- 
mo sitio y sin despegar los labios, le 
dijo: 
«La enferma está bastante débil, y 
es preciso,a todo trance entonar su a- 
turaleza. No veo una razón para que 
- permanezca siempre en la cama. El aire 
puro del jardín le sería provechoso, ¿Tie- 
. 
ne el señor marqués algo que mandarme? 
—Nada—contestó con sequedad don 
Pablo. 
Entonces, me retiro, 
Y el doctor, saludando respeluosamen- 
te al marqués, salió de la. habitación. 
A la caída de la tarde de aquel mismo 
día, el marqués de Malfi se hallaba pa- 
seándose por el jardín, con la mirada 
tristemente fija en el suelo y las manos 
cruzadas a la espalda, cuando oyó una 
voz femenina que le decía: 
 ""¡Señor marqués! 
Don Pablo levantó la cabeza. 
—"¡Ab! ¿Es usted, Teresa?--exclamó, 
Este era el nombre de la nueva don- 
cella. : 
—"Dispónseme usted, si vengo a inte- 
rrumpirle en sus meditaciones—volvió a: 
decir la doncella, 
—¿Qué ocurre? . 
Hace un momento me hallaba dispo» 
niendo una tisana para la señorita en 
el gabinete, cuando oí un grito en la al- 
cóba y entré precipitadamente, La seño- 
rita se hallaba desmayada, y tenía un 
papel en las manos. 
¡Y ese papel... 
«Le he cogido, y vengo a traerle a 
vuecencia. E 
- Apenas el marqués fijó la vista en el 
papel que le había entregado Teresa, - 
lanzó un grito, murmurando al mismo 
tiempo en voz baja: 
-¡Ahora, yo la encontraré! 
- Y levantando la voz, añadió: 
—Vueélva usted al lado de mi hija; y si 
cuando recobre el conocimiento pregun- 
ta por este papel, puede usted decirle que 
lo tengo yo. e A 
Y el marqués se dirigió precipitada- 
ménte hacia la casa. pr 
Al llegar a la entrada de sus habita- 
ciones, dijo a su ayuda de cámara; 
—Vicente, sígueme. : 
Y entrando los dos en el gabinete, ce" 
rraron la puerta, BOS UB LIS 
 
	        
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