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A AROS FOLLETIN DE El MERGANT!I VALENCIANO
vención una carta para Luisa, que de-
cía así:
«Magdalena Sánchez no vive ya en la
calle de la Esperanza; hace tres meses
que se ha mudado, y mis pesquisas han
sido inútiles para descubrir su parade-
ro. ¿Qué hacemostn
El doctor entró en la quínta del mar-
qués, y se dirigió al gabinete de Luisa.
AMí estaba su padre, más grave, más
taciturno que nunca.
* Saludó al doctor con un ligero movi>
miento de cabeza, dh. .
Don Marcelino penetró en la alcoha.
Al pie de la cama se hallaba la nueva
doncella de Luisa,
Era una mujer de cuarenta años, gra-
ye, y con un rostro poco simpático,
Desde el primer momento Lulsa com-
prendió que aquella mujer no ejercía
ótras funciones que las de espía, No le
inspiraba, por consiguiente, ninguna
confianza.
Luisa interrogó con una mirada al doo-
tor.
Don Marcelino comprendió que no po-
día decirle ni una palabra, pr
_Pulsó a la enferma, y aprovechando
un instante en que la doncella, por or-
den del médico, se dirigía hacia la mesa
en busca de un medicamento, puso en
las manos de Luisa el papel que poco an-
tes había escrito. E
' Luisa lo guardó bajo su almohada,
—Dará usted a la enferma, cada tres
horas, una cucharada de esa; medicina—
dijo el doctor—; y si mañana hace buen
día, y la señorita quiere levantarse un
rato, no encuentro en ello inconveniente.
El doctor salió de la alcoba, y como
don Pablo permanecía'inmóvil en el mis-
mo sitio y sin despegar los labios, le
dijo:
«La enferma está bastante débil, y
es preciso,a todo trance entonar su a-
turaleza. No veo una razón para que
- permanezca siempre en la cama. El aire
puro del jardín le sería provechoso, ¿Tie-
.
ne el señor marqués algo que mandarme?
—Nada—contestó con sequedad don
Pablo.
Entonces, me retiro,
Y el doctor, saludando respeluosamen-
te al marqués, salió de la. habitación.
A la caída de la tarde de aquel mismo
día, el marqués de Malfi se hallaba pa-
seándose por el jardín, con la mirada
tristemente fija en el suelo y las manos
cruzadas a la espalda, cuando oyó una
voz femenina que le decía:
""¡Señor marqués!
Don Pablo levantó la cabeza.
—"¡Ab! ¿Es usted, Teresa?--exclamó,
Este era el nombre de la nueva don-
cella. :
—"Dispónseme usted, si vengo a inte-
rrumpirle en sus meditaciones—volvió a:
decir la doncella,
—¿Qué ocurre? .
Hace un momento me hallaba dispo»
niendo una tisana para la señorita en
el gabinete, cuando oí un grito en la al-
cóba y entré precipitadamente, La seño-
rita se hallaba desmayada, y tenía un
papel en las manos.
¡Y ese papel...
«Le he cogido, y vengo a traerle a
vuecencia. E
- Apenas el marqués fijó la vista en el
papel que le había entregado Teresa, -
lanzó un grito, murmurando al mismo
tiempo en voz baja:
-¡Ahora, yo la encontraré!
- Y levantando la voz, añadió:
—Vueélva usted al lado de mi hija; y si
cuando recobre el conocimiento pregun-
ta por este papel, puede usted decirle que
lo tengo yo. e A
Y el marqués se dirigió precipitada-
ménte hacia la casa. pr
Al llegar a la entrada de sus habita-
ciones, dijo a su ayuda de cámara;
—Vicente, sígueme. :
Y entrando los dos en el gabinete, ce"
rraron la puerta, BOS UB LIS