4 LAS CATACUMBAS S
Todos, aristocracia y pueblo, como se decia entonces, parecia
haberse citado en la vasta plaza.
De ventana á ventana cambiábanse mil saludos y Sonrisas , y Casi
todos los semblantes estaban animados de una alegría espansiva y
natural. | | cid
No habiendo podido algunos nobles adquirirse un sitio preferente
en las casas inmediatas, habian mandado á sus 'cocheros arrimar los
carruajes al cadalso. todo lo mas que pudieran.
La multitud, indignada por esto, dirigia una lluvia de imprope-
rios á los áurigas, que desde su elevado pescante la lanzaban mira-
das de desprecio, tan orgullosos. como si se hallasen ocupando un
trono ; en tanto que sus amos, tendidos sobre los blandos cogines del
carruaje, aguardaban la hora de la ejecucion, indiferentes por lo de-
mas á cuanto ocurria en torno suyo. |
En fin, desde el suplicio de la Brinvilliers y de Damieu, cuyos fú-
nebres detalles se debian 4 una duquesa jóven y hermosa , no habia
estado tan concurrida la plaza de Gréve.
Sin embargo, ahora no se trataba de ver morir á una marquesa
- enyenenadora, ni á un regicida eclesiástico, cual lo dué el antiguo
criado de los jesuitas de Arrás: tratábase simplemente de la ejecu-
cion de tres ladrones, condenados á la última pena por el tribunal del
Chatelet, pero el pueblo de París estaba muy interesado en que este
acto de justicia se consumase , lo cual esplica suficientemente el mo-
tivo de asistir tan numerosa concurrencia. | | pol
Hacia muchos años que una terrible partida de foragidos estaba
causando muchos estragos en las espaciosas llanuras, situadas al Sud
de París, entre Vaugirard y el jardin de Plantas.
Era tanto el horror de sus habitantes, que apenas se habia puesto
el sol, nadie se atrevia á salir de su casa, por temor de caer en las
garras de aquellos.
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