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566 : LAS CATACUMBAS 
mos?-—esclamó Chavigny, que á pesar de lo grave de las circuns- 
tancias no habia perdido su buen humor. 
—No por cierto, —contestó Hartmann. -—Ese á quien vos lla- 
mais el diablo no tiene necesidad de nuestros socorros , y por. consl- 
guiente no ¿puede reclamarlos. | 
A todo esto habian llegado á uno de esos talleres, que hemos 
descrito diferentes veces, con la diferencia de ser mucho mayor y. 
tener el techo una elevacion de veinte piés. 
La escasa luz que despedian las linternas dejaban ver un mon- 
ton de pilares medio arruinados que parecian próximos á hundirse al 
menor soplo de aire que se levantára en torno suyo. 
El muro estaba lleno de grietas que se elevaban hasta el techo 
haciendo mil curvas, cual si fueran serpientes deseosas de trepar 
hasta el sitio mas elevado, y el suelo estaba obstruido por infinidad 
de piedras que estorbaban el paso. 
El viejo Hartmann observaba detenidamente el alarmante aspec- 
to que presentaba el subterráneo. 
—No nos detengamos aquí un solo instante , —dijo Salomon en - 
voz baja, despues de haber reflexionado algunos momentos. —Ade- 
-más, conviene hablar muy poco y cuidar sobre todo de no rozar los 
pilares con nuestros vestidos. La mas pequeña imprudencia, el me- 
nor descuido puede costarnos la vida. 
— Teneis razon ,—dijo Felipe. —Sin embargo, es preciso que 
á todo trance busquemos á ese desgraciado, cuyos lastimeros ayes 
hemos oido hace poco. Estas galerías, que se han sostenido sin hun- 
dirse durante tantos siglos., ¿serian tan impolíticas- que..nos -obstru- 
yeran ahora el paso sepultándonos en un monton de ruinas? Vaya, 
Salomon, preparaos á conducirnos á través de este laberinto , pues 
de lo contrario no vamos á llegar nunca. Sobre todo, acordaos de los 
juramentos que pronunciásteis sobre el báculo del Gran Maestre. 
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