¡VDE “PARIS. , TÍ 9
pólvora y con sus: correspondientes mechas dispuestas á causar va-
rias esplosiones, cuando una maño 'aleve las pusiese en contacto
ya encendidas con la mezcla salitrosa-carbonífera.
—Ya lo veo ,—dijo el abate no poco sorprendido de las sinies-
tras intenciones que abrigaba- su conductor contra una a. de la
poblacion de París. | .
-—¡ Ahí está el Val-de-Grace! ¡Ahí está! —murmuró el hombre
de la noche despues de un momento de silencio y como hablando
consigo mismo.
—i¡Qué decís! ¿Habeis dispuesto que salgamos por el mismo
monasterio de donde desapareció Teresa ? Pero, ¿y la escalera? ¿A
dónde está? — preguntó el abate deseando por instantes salir de
aquel laberinto.
— No volverá á : subir ni bajar nadie por ella.
——Amigo mio, aun-cuando 10 CONOZCO Á las monjas de ese mo-
nasterio , sentiria mucho sú esterminio, así pues, si de algo sirve
mi escása influencia, me atreveria á suplicaros que las dejásels en
paz y gracia de Dios, en vez de sepultarlas entre tunas, como indi-
can gue lo tratais de hacer esos preparativos.
Medard no se dignó responder ni una palabra, y en vez de con-
tinuar su marcha hácia el monasterio, internóse nuevamente en'las
Catacumbas. | | a
Despues de haber atravesado diferentes galerías á cual mas lú-
gubres, y algunos subterráneos húmedos y tristes, detúvose nueva-
mente el raptor de Teresa, para enseñar al abaté otros pilares que
tambien habian sido minados con el mismo objeto de volarlos.
— ¡Este es el Observatorio! —dijo Medard con su siniestro la-
conismo. ] | |
— ¡Condenado tambien por vos á desplomarse! ¿No es así? —
preguntó el abate, sin poder disimular cierto tono. de reconvencion.