120 e LAS CATACUMBAS
— Justamente. Y como ese edificio hay otros muchos, cuyos Ci-
, mientos tengo socabados y en disposicion de venirse abajo de- un
momento á otro.
Chavigny principió á comprender entonces la causa de tantas
vueltas y rodeos como le hacia dar su guia de las Catacumbas ; la
Cual no era otra ; segun él, que la de ponerle de manifiesto aquellos
preparativos de la destruccion de París, 6 intimidarle por este medio
para que influyese cuanto le fuese posible en el ánimo de Teresa ha-
ciéndola asistir á la cita de Medard. |
El abate, sin embargo, creyó con razon que desde allí á tres dias
- en que habia de resultar la venganza del raptor de Teresa, si como
era de suponer no se apoder aba de esta antes, podrian tomarse mu-
chas medidas pra impidieran la catástrofe, sobre todo estando él en
libertad.
Así es que, muy lejos de amilanarse, se atrevió á tratar con el
único ser que podia salvarle Ó dejarle perecer. en aquellas circuns-
tancias, como de potencia á potencia , llevando: su indiscreción y su
ligereza hasta el punto de echarle en cara su crueldad.
—Pero vamos á ver,—dijo Chavigny al hombre de la noche
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despues de meditarlo mucho,— ¿ qué mal os han hecho los pacíficos
habitantes del Observatorio astronómico, que solo se ocupan en exa-
minar el curso de los astros y ver de qué parte sopla el viento, pa-
ra que les condeneis así 4 una ruina completa?
—¿Y á vos, quién os ha dado derecho para hacerme una pre-
gunta semejante ? | |
—Nadie sino vuestra amabilidad ,—Tepuso algo turbado el aba-
te ,—con la cual habeis tenido á bien declararme vuestros proyec-
tos, y manifestarme en parte los medios de que 0s valdreis para
realizarlos.
—Es que po en ES las cosas para que se sepan, de nin-
SA