DE PARIS. 811
Este, á pesar de una persecucion tan activa llegó en tres saltos
detras de la casilla, y cuando sus perseguidores quisieron apercibir-
se de ello habia ya desaparecido.
-— ¿Dónde está ese hombre? — gritaron todos á la vez, y llenos
de admiracion.— ¿Se habrá evaporado quizás á la manera que los
espíritus infernales ?
La luna llena derramaba tan purísimos rayos sobre las frondosas
copas de los árboles , que, á donde no llegaba la sombra que pro-
yectaban, se distinguian muy claramente todos los objetos.
Por esto Felipe se convenció de que la desaparicion de Medard
provenia de haberse metido dentro de la choza, y en su consecuen-
cia se dirigió presuroso á aquel punto.
No bien dió la vuelta á la casita, cuando pudo reparar en una
puertecilla que giraba aun sobre sus goznes.
— ¡Corred! ¡corred! que aquí le tenemos, — esclamó. Lussan
dirigiéndose á sus amigos.
Estos acudieron con la velocidad del gamo al punto donde se re-
clamaba su auxilio; pero no llegaron tan pronto, que el jóven, aco-
metido de una febril impaciencia, no hubiese penetrado ya en la ca-
silla donde oyó un ligero ruido. |
—Esperad un instante —gritó el aleman tendiendo los brazos
hácia el jóven abogado.
— ¿Qué es lo que quereis? -— repuso este con cierto tono de
impaciencia.
— ¡No deis un paso mas! ¡Evitad una emboscada !
Felipe no pudo menos de recordar entonces algunos de los obs-
táculos que encontró en su marcha cuando su escursion anterior á las
Catacumbas, y los mil medios que pudo emplear Medard para hacerle
perecer en los subterráneos si esta hubiese sido su intencion. Así es
que reconociendo ahora que las circunstancias habian variado, y que
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