LA CIEGA DEL MANZANARES. 1005
París, se hallan sentados en un banco de piedra del
precioso jardín dos jóvenes. Él es el conde de Les-
set; ella, su prima Clotilde, entonces ya la condesa.
¿Necesito deciros lo sucedido? Cuando el fiel Lo-
renzo vió arruimado y próximo á la deshonra á su
amo, mandó un hombre de toda su confianza á Pa-
rís con una carta para Clotilde, en la cual le daba
cuenta de todo lo sucedido, y la pedía EN y
ayuda.
Clotilde, guiada por los impulsos de su corazón,
en tres días hipotecó todos sus bienes, reunió sus
ahorros, que, dada la modestia con que vivía, as-
cendían á una respetable suma, y se dirigió á Ita-
lia á reunirse á Lorenzo, á quien entregó los fon-
dos precisos para salvar á Roberto.
Luego, por consejo y á instancias del viejo eria-
do, no tuvo inconveniente en ser la enfermera del
conde... y cuando éste tuvo noticia de todo, ¿á qué
deciros que sintió su alma purificada con aquel
nuevo amor y que hizo su esposa á aquel ángel
tan digno de semejante dicha?
Hoy los tenéis en el castillo de Lesset economi-
zando para reponer en breve la fortuna que han
de legar á su hijo, á quien Lorenzo llama su nieto,
con los ojos humedecidos por el llanto de la felici-
dad, tanto tiempo por él soñada.
Freyssa dió por terminado su relato,
Mazarroja le dijo entonces: