LA CIEGA DEL MANZANARES. 1009
Esta creencia la lisonjeaba; pero en contra esta-
ba lo que ella sabía.
Indudablemente había algo de verdad en lo que
acababa de oir.
Luis Rivera se había batido con el marqués de
Mazarroja, propinándole una buena estocada.
Eran amigos íntimos y camaradas de aven-
buras.
Dos amigos así no se baten más que por cuestión
de juego ó de mujeres.
En el juego, ambos eran desinteresado: y nin-
guno de ellos tahur.
Era indudable que había mediado alguna mujer
en el lance.
Los dos máscaras tenían razón al asegurárse-
lo así. ! :
Cuando un hombre arriesga la vida por una mu-
jer, está muy cerca de amarla, si es que no la
ama ya.
Pero queda el ser correspondido.
Luis faltaba de casa de la princesa cerca de una
semana, tiempo suficiente para que un calavera
sepa á qué atenerse en cuestión de amores nuevos.
La paciencia de Luis no era grande; teniendo
la seguridad de que no podía abrigar esperanza,
se hubiera retirado, dando al diablo 4 la que le
sacaba de sus casillas.
No lo hizo; por el contrario, prolongaba su au-
sencia de casa de la princesa; luego era una señal
de que su amor no era despreciado. PA
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