1030 LA CIEGA DEL MANZANARES.
—¡Oiga usted!
—Es la primera vez de mi vida que se me ocu-
rre envidiar á un sordo.
—5Se trata de una obra de ada aut ¿lo entiende
bien?
—¿Y no la estoy practicando, y grande, cuando
no la tiro por el balcón?
—¡Ave María purísima! Pues no tiene usted el
genio poco fuerte! |
Selñott..
—Mire usted que concluyo...
— ¡Si fuera cierto!...
—Con ese objeto venía á hablar al capitán.
—¿Pero con cuál?
—A propósito de la ciega.
—¿Usted cree que mi señor hace milag ros como
J esús?
—Me refiero á que es preciso que todos nos de-
diquemos á buscarla; ya' sé que el capitán hace
gestiones, pero... en fin, él, que es sobrino de un
ministro, tiene más medios que otro cualquiera...
yo, por mi parte, he hecho lo que he podido: he
estado anteayer cinco horas á la puerta de la Jefa-
tura política, no me dejaban ver al jefe, pero yo
dije: «anda, que él ha de entrar ó salir por aquí;»
en efecto, logré echarle la vista encima, le conté
el caso con todos sus detalles, le dí las señas de la
ciega, le dije que era preciso poner sobre la pista
- ¿toda la policía, y á la guarnición de Madrid, y
4 eso que llaman milicia nacional, que no sirve