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LA CIEGA: DEL MANZANARES. . 1055
ciendo resaltar el color moreno mate de su rostro, -
iluminado por el resplandor de unos ojos negros
como los pesares que causaban sus miradas desde-
ñosas.
Estaba entonces en la plenitud de su belleza; era
lo que se llamaba en aquella época una mujer fata!.
Sus diminutos pies, calzados con chinelas de ter-
ciopelo, asomaban por debajo del ribete de la ba-
ta, hiriendo el alfombrado pavimento en señal de
impaciencia.
Georgina no esperaba aquella noche 4 su anti-
guo amante; era martes de Carnaval, y dudaba
de que hubiese recibido su carta por no retirarse
hasta el amanecer, probablemente de algún baile
de máscaras.
¿Pero asistiría al día siguiente?
Un presentimiento secreto la decía que sí, que
no llegaría á desairarla.
No era posible que hubiera perdido tan en ab-
soluto la influencia que antes ejercía sobre el áni-
mo del capitán.
Además, Luis era un hombre muy. bien educa-
do, y sabía perfectamente lo que una mujer se me-
rece, sea de la categoría que quiera. :
Sobre todo, no se había despedido de ella, como
se. acostumbra. entre amantes que rompen s:s
relaciones amorosas; por esta causa no podía ex-
cusarse de asistir.
Suponer lo contrario, era hacerle una ofensa de
que no era acreedor. sá