LA CIEGA DEL MANZANARES. 1057
sa que había en su tocador, cuando en la habita-
¡ón inmediata se 0oyó una voz que preguntaba:
4 —¿Georgina, das permiso?
Ésta no pudo contener un grito de alegría.
Era su amante el que se acercaba.
—¡ Adelante, Luis! —le dijo, levantando ella mis-
ma el portier. *
Y
TOMO L, 133