1060 LA CIEGA DEL MANZANARES. .
—Pues bien, Luis; quiero que me digas el mó-
vil de tu apartamiento.
—¿No lo adivinas?
—Confieso mi torpeza en el arte de la adivina-
ción.
—Tú y yo estábamos perdiendo un tiempo pre:
cioso; no hemos de casarnos... ¿á qué seguir rela-
ciones estériles?
—Pero esa idea pudo muy bien ocurrírsete an-
tes de hablarme, porque supongo que- entonces
también sabrías que no iba á ser tu esposa.
—Te ví, y no pude resistir el poder de tus en-
cantos.
—¿Y parece que ahora le resistes?... ¡Á no ser
que mis encantos hayan desmerecido!...
—;¡Al contrario!
—Entonces... ¡ah!... ¡callas! Eso me indica que
es otra la causa... ya la adivino...
—;¡Te juro!...
—No mientas, Luis; sería la vez primera que
advirtiese en tí ese feo vicio; la causa es esta: tú
estás en relaciones con otra mujer, y me sacrificas
á ella. ¡Menos mal si vale más que yo!
—¡Qué obcecación!
—Me consta.
—¿Cómo puede constarte lo que no es cierto?...
¿lo que no existe?
—Te digo que me consta... y hablo así, porque
tengo mis motivos.
—Celebraría conocerlos.
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