1066 LA CIEGA DEL MANZANARES.
-—Pones demasiado empeño en sincerarte, Geor-
gina.
—¡Cómo!
—¿Quién te ha dicho que yo creía todo eso?
—¡Es verdad! — exclamó tristemente, compren-
diendo que se había vendido.
—¿No has dicho que á un anónimo se le despre-
cia y se le escupe? ¿Por qué no lo has hecho tú?
¿Por qué te preocupa tanto su contenido?
ué quieres decir?
Georgina... así como tú tam-
.
poco eres y
—i¡Ya!
—$Í.
—¿Después de leer ese papel infame?
—Después.
¡Lusi.a.
—Oye, Georgina — prosiguió el joven con voz
_mesurada y poniéndose en pie, —yo siempre te he
tenido por lo que eras...
—¿Y qué era yo para tí?
—Una aventurera, con más fortuna que otras.
Georgina bajó la cabeza lanzando un suspiro.
Parecía que las palabras que acababa de oir te-
nían un peso material que la aplanaba.
—¡Una aventurera! —murmur?.
-—Aun cuando tenía ese juieio de tí, veo que me
has engañado.
—¿Luego no soy ya la que antes ara ¿Qué con-
cepto te merezco?
e
)
ke