OO LA CIEGA DEL MANZANARES.
Y la infeliz cayó de hinojos ante Rivera con el
rostro inundado de lágrimas.
Sus anteriores ademanes de ira habían descom-
puesto su traje.
Tenía la. bata enteramente abierta sobre el pe-
cho, y abierto también el canesú de su mal arre-
glada camisa, permitía ver un seno blanquísimo y
y turgente, que levantaban con movimientos desigua-
y? les sus desgarradores suspiros.
El cabello la caía en bucles, inundando de negras
ondas su morena espalda. y
il En aquella actitud recordaba á la Magdalena
| penitente del Correggio.
| Tenía asida con las dos suyas la mano de Luis,
que besaba con afán, por más que éste quería re-
tirarla, y. le dirigía las palabras más tiernas, las
frases más amorosas de que ni da idea aun el Can-
tar de los Cantares. : ds
A veces interrumpía sus sollozos una sonrisa,
como interrumpe la obscuridad de una nube un
rayo de sol; suplicaba con voz gemebunda, y rugía
como una pantera.
Era el suyo un estado que, á haber permaneci-
do en él media hora ó veinte minutos más, sus ser-
vidores la hubieran encontrado muerta ó loca.
¡Justicia de Dios!
Muchas escenas como aquella se habían repre-
sentado en presencia de Georgina.