LA CIEGA DEL MANZANARES.
—Seguramente. Otro es mi objeto.
—¿Se puede saber?
—Es claro, puesto que vengo á ver si puedo con-
tar contigo.
—Habla.
—Es un negocio que promete. .
—-¿SÍ?
—Se trata de algunos miles de duros en dinero,
objetos de plata y alhajas antiguas. d
—;¡A ver!... ¡á ver! —exclamó la Tuerta, aproxi-
mándose con avaricia.
—En una calle solitaria de un barrio extremo:
vive un cura...
—¡Hola! ¿Conque es cosa de responsos? — inte-
rrumpió León. :
| —Apenas sale de casa por la edad y los achaques;
vive en compañía de un ama, poco menos vieja que
él, y andan buscando cr iada. y
—¡Qué proporción, si yo tuviera veinte años de
menos! —exclamó la Tuerta.
León meditaba; el negocio bien valía la pena de
pensar en él. |
—Pero el dinero y las alhajas estarán á buen re-.
caudo,-—repuso.
—No, las tiene en casa; es un puró que no se fía
ni aun de su sombra. :
- —¿Conque en casa?
| ; ——Achantás... sin que las vea el sol hace mu-
chos años.
—¡Buen golpe!