1110 LA CIEGA DEL MANZANARES.
—Diga usted á su señora, que voy en seguida.
Mas de pronto se sintió presa de extraño temor.
Recordaba la conversación tenida con doña An-
drea, sintiendo que no se hallase presente para
consultarla lo que debía hacer.
Pero sabido es que en la juyentud no duran nada
las impresiones tristes.
Isabel tardó poco en desechar el miedo, dicién-
dose:
—¡Qué necia soy al impresionarme por las sos-
pechas de doña Andrea!
Esa señora es digna de todo mi respeto y mi
cariño. |
Me llama; pues voy á su casa, y de paso veré á
-su hija, á quien tengo deseos de conocer.
Isabel se peinó en un momento, vistiendo un sen-
cillo traje; después, y como doña Andrea se hallaba
ausente, cogió la llave del cuarto para dejársela á
la portera, y salió de la estancia.